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Crítica:CINE
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

En estado de gracia

En medio del empacho de falso cine de autor-director, surge de tarde en tarde alguna película cuyo realizador es o está cerca de ser auténtico creador individual de lo que vemos en la pantalla. Una es Caro diario: divertida pero corrosiva película que, sin estafa, puede anunciarse como obra personal de Nanni Moretti. Genuino cine de autor, como el de Chaplin y pocos más.Con una cuartilla en la mano y un temor disfrazado de insolencia en el corazón por un anuncio de muerte, este singular bufo italiano -con aspecto de garabato de cómic, de bicho estrafalario al que aterran los dogmas y posee antenas para detectar el acoso a que lo despótico y lo idiota someten desde el poder a quienes distinguen entre libertad y democracia- es capaz de concebir y realizar una película que, con cuatro cuartos, crea cuarenta carcajadas y que, bajo especie cómica, abre en canal el drama que vive su país, hoy convertido en punto de alarma de algo todavía difuso, pero quese configura como nueva forma, no enteramente nacida y por ello innombrable, de fascismo originario: la trágica desprotección de la democracia ante la pezuña populista de quienes en tiempos de derrumbe saltan al poder aupados por los miedos ambientales creados por ese derrumbe y hacen que las urnas ensucien, ultrajen, vulneren la libertad.

Caro diario (Querido diario)

Dirección y guión: Nanni Moretti. Fotografía: G. Lanci. Música: N. Piovani. Italia 1994. Intérprete: Nanni Moretti. Estreno: cine Renoir.

La sagacidad de Moretti -que en La misa ha terminado, Il portaborse y Palombella rossa destripó antes de que emergiera el actual estercolero italiano confluye en la energía transgresora que emana de un personaje desmesuradamente común, especie de solitario sublevado y, a la manera de Buster Keaton, dotado de una imperturbable seriedad que le hace dueño de una cálida comicidad involuntaria, aunque detrás de la cámara esté archicalculada. Lo mejor de Moretti se aprieta para dar lugar, al seco golpe de Caro diario, película tan minimalista que parece obra de un aficionado, pero cuya elementalidad aparente encubre un gran conocimiento del oficio de hacer cine, pues para saltarse las reglas con la soltura de Moretti hace falta conocerlas a fondo. De ahí que convenga ver esta joya artesanal con desconfianza hacia uno mismo, pues la simplicidad del filme está los de ser simpleza: todo lo contrario. Y hay que afilar la mirada sin dejarse engatusar por los chistes del bufo para entrar, a través de ellos, en contacto con las cargas de profundidad que sus dinamiteras gracias contienen.

Los dos escalones del descenso al relato final de Moretti atrapado por una enfermedad alérgica -metáfora de oscura diafanidad política- , son zarpazos, uno explícito y otro inexplícito, contra la desmemoria italiaña que ha conducido al atolladero. El explícito es la genial escena de la búsqueda en Vespa de la tumba olvidada de un rincón inolvidable de la conciencia de Italia: el que ocupó el poeta suicida Pier Paolo Pasolini. El inexplícito es un viaje de Moretti a las islas adriáticas, con final en Stromboli, es decir, en el punto d el olvido italiano del inolvidable Roberto Rossellini. Este descenso a dos raíces de la Italia libre conduce vertiginosamente es decir, a través de un vértigo a la escena final de la Italia enferma: la imagen de Moretti hundido hasta el cuello en tina bañera llena de barro lo dice todo. Y la Italia libre despierta en una película libérrima, que revienta de humor e inteligencia y devuelve al cine, atascado en otro atolladero, confianza en sí mismo: el milagro de lograr tanto con tan poco.

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