La idea de progreso
Cada oficio tiene su propia jerga. Sean dos formas de conocimiento y un vocablo común; por ejemplo, la biología evolutiva, la política... y la palabra progreso. El político no puede prescindir de ella en su discurso. Los distintos partidos difieren, como es natural, en el modelo de progreso que proponen, pero nadie discute cuál es el significado de tal concepto. Todos están, eso sí, a su favor.Se trata de uno de esos conceptos tan fundamentales, que usamos más que comprendemos. ¿Qué tal le ha ido a la ciencia con el mismo vocablo? Pues, no mucho mejor. Pero cuando un científico, después de mucho usar una palabra, se da cuenta de que nunca alcanzará a definirla, entonces la repudia. Por ello, y a diferencia del político, el biólogo procura hoy no pronunciar la palabra progreso. Y si a alguno se le escapa, sus colegas más cercanos torcerán el gesto con fastidio, le afearán el desliz y le recordarán que se trata de un falso concepto, un concepto que nunca debió escaparse del lenguaje común para pretender un rango científico, una idea antropocéntrica que sólo introduce telarañas a la hora de comprender los logros de la selección natural de las especies. ¿Hay alguien más por ahí? ¿Alguna otra idea?
Quizá sí. Creo que de un rincón de la teoría de la información se puede extraer una buena idea. En efecto, hay en ese rincón una identidad matemática fundamental que bien podría traducirse a la siguiente ley inviolable: la complejidad de un sistema más su poder de anticipación respecto del entorno es igual a la incertidumbre del entorno más el impacto de aquél sobre éste.Supongamos ahora que la ilusión de todo ser vivo en este mundo es, como mínimo, quedarse igual. La principal dificultad para sobrevivir estriba en que una desviación traidora de la incertidumbre del entorno ponga en peligro la complejidad del individuo. Progresar es aumentar la protección contra tal contingencia. Ahí va un germen de definición. Toda innovación que aumente el grado de independencia de un sistema respecto de su entorno es, en principio, progresiva para tal sistema. La citada ley fundamental anuncia, además, las condiciones de viabilidad para un presunto progreso: aumento del poder de predicción del sistema y / o disminución de su impacto ambiental.
Interesante: la independencia de un sistema, complejo con su entorno incierto no se consigue con el aislamiento, sino, al contrario, con una sofisticada red de relaciones entre ambos. El invento de la pluma de las aves, por ejemplo, supuso un doble progreso. Ayudó a los pájaros a independizarse de los cambios de temperatura y a volar, es decir, a independizar sus posibles desplazamientos de las prosaicas dos dimensiones. Innovaciones progresivas fueron en su día liberarse de la dependencia directa de la materia orgánica (cianobacterias); liberarse del confinamiento en una región (células ecuariotas); liberarse de vivir inmerso en el agua; ponerse de pie, liberar dos extremidades e inventar nada menos que el concepto mano; y así hasta hoy mismo, pasando por ejemplo, por la Revolución Francesa.
Está claro que el conocimiento es una novedad que nos ha hecho ganar una prodigiosa independencia respecto del medio. La ganadería nos independiza de las desventuras de la- caza, los antibióticos de las venturas de ciertos gérmenes, el aire acondicionado de las fluctuaciones ambientales... En realidad, llamamos catástrofes a todas aquellas inclemencias del entorno de las que aún no hemos logrado independizarnos (tornados, terremotos, sequías ... ).
La primera norma de sobrevivencia en la naturaleza (todavía hoy, la mejor comprendida) fue sin duda: comeos los unos a los otros, lo que acaso obligara, más tarde y en un dominio más restringido, a una segunda sugerencia: amaos los unos a los otros. La poco clara compatibilidad de ambas normas y el legítimo anhelo humano por el progreso obliga ahora, creo, a una tercera recomendación: independizaos los unos de los otros. Un fanático lo es siempre, me temo, de ciertas dependencias.
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