Un rebelde inmóvil
"Una ola de fiaca cruza la musculatura de todos los ciudadanos argentinos", escribía Roberto Arlt en los Nuevos aguafuertes porteños. Fiaca es la pereza. La fiaca, la pereza nacional, tiene un representante claro en este personaje que un día decide no ir a la oficina. Pronto se ve que la razón está de su parte: es un rebelde, un revolucionario frente a una sociedad explotadora. Como en los antiguos escritos socialistas, los elementos conservadores del relato son las mujeres: la esposa, la madre, que le incitan, tiran de él, le arrastran para que salga de la cama: hace falta su. salario; incluso hace falta su trabajo a su patria, a España. Este perezoso es un libertario a su manera. Es un rebelde, y termina siendo un elemento popular, admirado por la sociedad de la fiaca, por sus mujeres: es esta sociedad la que le incita a convertir su rebeldía en bandera, la que no le deja comer para que aparezca a la manera de un huelguista de hambre para conseguir más vacaciones, mejores salarios... Pero no es ése su ideal: es la pereza pura, y el retorno a la infancia perdida. Cuando el hambre le llega, se acabó su resistencia y la colaboración
La pereza (La fiaca)
De Ricardo Talesnik, 1967, versión de Pedro Corren. Dirección: María Ruiz. Intérpretes: Raúl Sender, Mónica Cano, Margot Cottens, Francisco Maestre, Manuel Andrés. Teatro Albéniz, de la Comunidad de Madrid, 17 de noviembre de 1994.
Versión breve
Esta obra se estrenó en Madrid, interpretada por Fernán-Gómez, y tuvo un gran éxito. La representaron también José María Rodero y otros actores en otros momentos; siempre triunfante y premiada. No la vi nunca: no puedo hacer comparaciones. Sé que ésta es una versión más breve. Podía serlo aún más si la directora, María Ruiz, apretara el primer acto hacia el ritmo al que se está acostumbrado y, sin el descanso, apresurase el desenlace. Pero quizá entonces perdería Raúl Sender ocasiones de lucir bien el personaje, y desarrollarlo a su manera de actor cómico. Sin compararle, por tanto, se puede decir que está muy bien: que las dos o tres escenas de punta, o de mayor teatralidad, de la obra las recibe el público con entusiasmo del que hace partícipe a los compañeros de esos momentos, Francisco Maestre o Margot Cottens, que no son mejores ni peores que los otros dos, pero sí más característicos y mejor dotados por el tipo que reciben del reparto. La primera parte es un jolgorio del público, quizá compenetrado por esa terrible pereza, quizá también tocado por el regreso a la infancia que se va haciendo patente a medida que el personaje huelga y juega con su tiempo definitivamente libre. No es tan brillante el segundo: es el de la incomprensión y el desen canto, y quizá la identificación lleva también al espectador a su derrota: aunque sella el éxito de todos, actores, directora y colaboradores, con las muestras de su satisfación.
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