Santidad y esquizofrenia
.Podía tener interés esta obra por su intérprete, por esta joven Karmele Aramburu que de papeles menores, casi invisibles, viene a este gran protagonismo de la Juana de Arco que reprodujo Anouilh, y, en efecto, merece la pena verla durante algún tiempo, aunque no sea bastante para llenar las tres horas del viejo texto (1953) de un actor que fue quizá demasiado despreciado por sus contemporáneos: cuando éstos eran Sartre y Camus, y el antepasado de todos era Giraudoux, se comprende bien que no llegara a tanto, aunque les superase en la más falsa virtud del teatro, que es la teatralidad.
Y sus ideas: la clásica burla a la burguesía del autor para burgueses; cierta irritación por los saldos de la guerra (la persecución de los primeros tiempos a los colaboracionistas) de la cual sale, en parte, esta Alondra que cuenta una Francia ocupada y dividida y una imposibilidad de la pureza; y esa ilusión viril por la pureza femenina, por la jovencita, la doncella: Hermine, La Salvaje, Colombe. Y, claro, esta Juan de Arco que pasa intacta por entre teólogos, políticos, verdugos, cortesanos: hasta negarse a sí misma la vida por no romper su pureza.
La alondra
De Jean Anouilh, 1953. Traducción de José María Fernández Cardo.Intérpretes: Juan Meseguer, Antonio Canal, Karmele Aramburu, Antonio Iranzo, Flora María Álvaro, Miguel Zúñiga, Gary Piquer, Jesús,Castejón, Ana Frau, Carlos Marcet, Claudio Sierra, Ramón Quesada, Carlos Velasco, Carmen del. Valle, Ana Malaver y Borja Egea. Escenografia: Jordi Roig. Dirección: Esteban Polls. Festival de Otoño. Teatro Albéniz.
Las discusiones teológicas sobre aquel problema son sutiles; quizá hoy fuera de lugar, como las disquisiciones políticas superpuestas entre la época de la doncella y la de la posguerra. Quiero decir que, a partir de cierto momento, se descubre un pequeño malestar; que un poco más tarde se convierte en los primeros síntomas del aburrimiento, y que, al final, llega a ser pertinaz, obcecado, terco como la joven esquizofrénica utilizada por todos: hasta por sí misma.
Karmele Aramburu es, evidentemente, una buena actriz, y puede con este papel. Hubiera sido mejor prueba la Santa Juana de Shaw (a la que esta obra debe tanto), por la mayor complejidad del papel; éste es de una sola pieza, y la actriz ha elegido llevarlo a la infantilización, a cierta tendencia monjil. Esta forma que ha elegido, esta impostación de voz que prefiere, la lleva adelante muy bien y efectivamente llena la escena: con lo que a mí me parecen defectos, no deja de tener un aura de actriz. Ahora se la está esperando con interés. Sus compañeros la secundan bien.
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