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Reportaje:

"Mi sueño es una favela"

En Rio, tener una chabola es hoy un lujo para el indigente

Juan Arias

En Río de Janeiro, la ciudad brasileña de las playas paradisiacas, más de una tercera parte de la población, unos cinco millones, vive hacinada en 700 favelas o villas miseria, donde cada noche disparan las ametralladoras creando pánico y muerte. Y, sin embargo, las favelas, que han sido el símbolo más tangible de los parias urbanos, pequeños infiernos de violencia, analfabetismo y pobreza extrema, ya no son la última miseria de este fin de siglo.Han pasado a ser un lujo, algo deseado para miles de indigentes que viven en la calle. Las heces de aquella humanidad más abandonada y sola viven hoy en la calle, se cobijan entre cartones acurrucados bajo los puentes o alineados como condenados a una muerte inminente a lo largo de las aceras.

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De ahí que la canción de moda de un grupo de rap sea la que dice: "Mi sueño es vivir en una favela". Y añade: "Soy un mendigo, un indigente, un indigesto, un niño vagabundo. No soy nadie. No tengo dignidad ni techo donde cobijarme. Para el turismo soy sólo contaminación. No tengo honra ni chabola. Mi sueño es una favela".

Cuando el equipo de periodistas invitado por Manos Unidas para visitar un proyecto de dicha organización en favor de los niños de las favelas, aún descarga las maletas, se oyen de repente cercanísimas ráfagas de ametralladora bajo la favela Morro Sáo Joáo, en la Rua Barrao de Bon Retiro.

El superior de la parroquia, Anisio Febrito, sonríe. "Tienen que acostumbrarse. Aquí, al caer de la noche, los disparos en las favelas son normales. Cada noche hay muertos", en efecto, los periodistas oyen por la noche un constante tiroteo.

Anisio explica que hoy las favelas están controladas por los narcos. Que nadie entra allí sin su consentimiento. Que ellos son los dueños absolutos de cada chamizo. Y que los tiroteos se producen entre los enfrentamientos con la policía, o por arreglos de cuentas entre ellos. Y los que acaban pagando son los niños, a los que se cargan como moscas, acusados de connivencia con los narcotraficantes, que cuentan con armas mejores que el mismo Ejército. El jefe que controla la favela del Morro le dijo un día a Anisio: "No tengo alternativa: o mato o me matan".

Hoy, ni siquiera un policía armado se atreve a entrar solo en una favela porque no sale con vida. Para poder visitar una de esas villas miseria es necesario ir bien protegido, no por las armas, sino por gente estimada y respetada por el barrio donde se conocen todos. Y así, en la favela de Santa Marta, los periodistas, conducidos por Manos Unidas, pudimos entrar protegidos por el líder negro de dicha favela, Itamar Souzá, padre de siete hijos, considerado el Martin Luter King de las favelas de Río. Itamar, que era un niño más de aquella favela, consiguió superarse, estudiar y encontrar trabajo en un banco, y acabó siendo el líder del movimiento Viva Río, que lucha por la recuperación de los niños más pobres para evitar que acaben en la calle como perros abandonados. Hoy sigue viviendo en la misma favela que lo vio nacer. Y es respetado y temido al mismo tiempo. Sabe que su vida está siempre en peligro, pero no por ello deja de denunciar las cosas en todos los foros que se lo permiten.

Itamar abre la cabecera de la minúscula comitiva y la cierra una catedrática de Pedagogía de la Universidad de Río, la teresiana Margarida de Souza Neves, alma, junto con Itamar, del movimiento Viva Río. "No se aparten ni un metro de nosotros", nos piden. Algunos a nuestro paso se cubren el rostro. Un hombre maduro pasa sin saludar llevando en su mano una ametralladora.

Itamar y los jóvenes que desde hace años trabajan por el difícil rescate de los más pequeños forman un ejército de gente en su mayoría anónima, que no se resignan a la fatalidad, que se juegan el tipo cada día luchando contra la desesperación, y que intentan llegar donde el Gobierno se detiene.

A la favela de Itamar llegó un día la policía acusando a seis niños de haber advertido con señas desde las ventanas estrechas de sus casuchas a los narcos de la llegada de las fuerzas del orden. Los sacaron de sus casas y los ejecutaron allí mismo.

Y, sin embargo, allí no se respira desesperación ni impotencia. Saben que están llevando a cabo un trabajo largo y difícil, pero que el rescate, aunque sea de pocos de esos niños, es como una semilla que acabará fructificando. "Nuestra lucha ha traído agua y luz, cosas de las que carecimos durante tantos años' comenta Itamar. Algunos de esos jóvenes acaban participando en el movimiento de rescate.

En esta línea se ha insertado la labor de Manos Unidas, que acaba de financiar en Río un centro para salvar a los llamados "niños de la calle". En realidad se trata de recoger a los niños de las favelas, comprometiéndose con sus familias a darles una formación que les permita prepararse para un futuro más digno.

Entre estos "ángeles de la miseria" hay quien, como un sacerdote español, se las arregla recorriendo restaurantes y mercados para preparar cada día un guiso caliente para 400 mendigos. Otros se encargan de darles sepultura. Hay también quien se encarga cada noche de buscarles techo seguro, para evitar que sean víctima de los pistoleros. Y hay quien les defiende con la pluma como la poetisa Roseana Murray, entregada a la literatura infantil, que escribe: "El corazón de la niña / ilumina la noche oscura / como si fuera un farol. / Es un corazón como los demas, / a veces dice que sí, / a veces dice que no, / y tiene siempre una inmensa hambre de sol".

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