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Contra viento y marea

Rosa Montero

Hoy me he levantado con el ánimo brioso y el dedo de machacar teclas optimista y he decidido que, para compensar la tendencia habitual de todo columnista (incluida yo misma) a resaltar la parte más fastidiosa y sombría de lo vivido, iba a escribir un artículo más o menos feliz y satisfecho. Y es que también suceden cosas alentadoras en la vida, y me refiero a la vida pública, en la que encontrar lo maravilloso es más difícil (en la vida privada basta con tener un poco de suerte y abrir los ojos).estoy feliz y satisfecha, por ejemplo con la actuación de Angeles Amador como ministra. Me gusta especialmente no porque sea mujer, sino porque es discreta, sensata, radical sin aspavientos y eficaz, pero con una eficiencia que parece saber adónde va, o sea, que se diría que a ella sí que le importa saber si su gato cazarratones es blanco o es negro. Esa mujer diminuta atrincherada detrás de unas gafas de maestrilla ha tenido el coraje de poner en funcionamiento un plan de reforma sanitario que nadie se había atrevido a sacar del cajón, y es la primera ministra/ ministro de Sanidad en mucho tiempo que parece tener un verdadero interés en salvar la medicina pública: todos los demás hablaron mucho, pero actuaron como enterradores del sistema. Creo que no creían en la sanidad pública, y Amador sí cree. Es algo que se nota.

Y así, confiando en un proyecto, en una idea, en la racionalidad y en el buen sentido, Ángeles Amador se ha enfrentado a sectores tan procelosos y potentes como el de los laboratorios farmacéuticos, gigantescas multinacionales con ramificaciones insospechadas, traficantes legales de drogas capaces de cargar el 1.000 por 1.000 de beneficio en unas pastillas para paliar el miedo o el dolor: pastillas que los humanos pueden creer necesarias, en fin, para su supervivencia. Porque todas las drogas; las autorizadas también, tienen esa propiedad de alucinar al usuario, haciéndole creer en supuestos paraísos de bienestar. Del 50% al 80% de los adultos estadounidenses toman cada 36 horas un producto químico farmacéutico prescrito por algún médico. Recomiendo dos interesantes libros para conocer algunos de los feroces abusios que el poder médico y farmacológico ha ejercido a lo largo de la histoxia: Por su propio bien, de Ehrenreich y English, y Mujeres sin sombra, de Tubert. Las dos obras están -escritas por mujeres, precisamenteAhora Amador se ha enfrentado a un sector menor, aunque también corporativo y fuerte: los farmacéuticos. Comprendo que les fastidie perder los miles de millones que ganan con los pañales de adultos y no espero que -bailen de alegría, pero la medida de distribuir directamente los apósitos en los centros públicos es de una justeza limpia y evidente: no veo por qué el Estado, es decir, todos, hemos de pagar casi el doble por esos pañales (estamos hablando de un gasto que asciende a 22.000 millones de pesetas al año) tan sólo por las comisiones de los intermediarios. Y, por favor, que no vengan diciendo los farmacéuticos esa estupidez de que los pañales van a ser de ahora en adelante horribles porque ellos vigilaban la calidad del producto, porque no parece que vigilen demasiado, por ejemplo, la calidad de todos esos productos para adelgazar *con que atiborran a las señoras mientras ellos se llenan los bolsillos.

Digo yo que la crisis habrá que solventarla entre todos y que no serán sólo los pensionistas, como decían los del FM1, quienes tengan que jeringarse especialmente. Las farmacias, negocios en general boyantes, bien pueden ajustar un poco sus beneficios. Callada, tenaz y sólida, Ángeles Amador actúa con la razón, sabe mantener su posición y avanza contra viento y marea poco a poco. Es una buena manera de hacer política.

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