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Angola, la guerra olvidada

El despiadado colonialismo portugués sentó las bases de una catastrófica contienda

Alfonso Armada

La gran aportación portuguesa a sus colonias fue el trabajo forzado. No en vano los portugueses fueron los primeros promotores del tráfico de esclavos. Angola, el segundo país más rico de África austral, después de África del Sur, no fue una excepción a la regla. Basta repasar las consideraciones de los gobernadores y mandos portugueses sobre los pretos (negros) y su temor a hacerlos evoluídos (a darles educación) para comprender hasta qué punto Lisboa sentó profundamente las bases de la catástrofe. Después de 13 años de guerra colonial, la caída de la dictadura merced a la revolución de los claveles cambió radicalmente las tomas, y la metrópoli concedió la independencia a sus posesiones en África de la noche a la mañana, sin periodo transitorio. La cesión del poder al povo angolano en noviembre de 1975 no quiso entrar en detalles sobre quién y cómo iba a gobernar un territorio cuatro veces y media más grande que Francia. Las facciones guerrilleras se enzarzaron en una guerra civil que todavía dura y los casi 300.000 colonos portugueses que controlaban el poder, la industria, la agricultura y el comercio huyeron en desbandada dejando que los angoleños se las entendieran solos. Ésta es la historia de una de las más crueles guerras de África, de un país que no deja de desangrarse casi al margen de las miradas de Occidente.Las constantes negativas de Portugal a hacer cualquier tipo de concesión, lo que le granjeó la reiterada condena de las Naciones Unidas, enquistó las demandas de los nacionalistas africanos y desembocó en la lucha armada como única forma de zafarse del yugo luso.

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El origen del Movimiento Popular para la Liberación de Angola (MPLA) y de la Unión Nacional para la Independencia Total de Angola (UNITA), una escisión del Frente Nacional de Liberación de Angola (FNLA), está en la lucha anticolonial de los años sesenta, con el agravante de que la situación internacional de entonces hizo de Angola un terreno privilegiado para la confrontación de los bloques y de la guerra fría. Una guerra que en la periferia del sistema era todo menos fría, con el añadido explosivo de librarse en la línea de confrontación entre el racismo blanco de África del Sur y el nacionalismo negro. Inicialmente, el MPLA recabó sus bases entre los mestizos (descendientes de portugueses y nativas) y los mbundo, una etnia de la capital, Luanda, y de las provincias del noroeste del país, sin que originariamente la influencia marxista fuera muy grande. El FNLA se constituyó sobre la etnia bakongo, de las provincias del noreste, próximas a Zaire, mientras que la UNITA, una escisión del FNLA, se creó sobre el grupo étnico mayoritario de Angola, los ovimbundu, extendido por el centro, este y sur del país.

El año 1975 no fue sólo el de la añorada independencia. El país se quebró en pedazos, dividido en zonas controladas por rivales políticos basados en sus respectivos bastiones étnicos. Mientras el FNLA recibía apoyo de Estados Unidos y de Zaire en su avance desde el norte, África del Sur iniciaba una invasión en toda regla desde el sur. El MPLA apeló a la ayuda del bloque de Este: la llegada de hasta 50.000 soldados cubanos equilibró la balanza y llevó a las fuerzas del entonces líder del MPLA y primer presidente angoleño, Agostino Neto, a la victoria. Sin embargo, como se ha podido comprobar hasta nuestros días, la UNITA, el movimiento encabezado por Jonás Savimbi, que pese a contar durante años con el apoyo de Estados Unidos manifestaba convicciones y estrategia maoísta, supo resistir. El FNLA se disolvió en la niebla. Las riquezas de Angola siempre han sido un cebo demasiado jugoso para las potencias occidentales. Y las compañías petrolíferas estadounidenses han seguido explotando el enclave de Cabinda, al margen de las directrices políticas de Washington. La retirada pacitada de surafricanos (lo que permitió a Namibia alcanzar su independencia) y de cubanos, dejó a los principales actores las manos libres para la lucha final.

El MPLA abandonó. los principios marxistas y en 1990 dio los primeros pasos hacia el multipartidismo. Angola dejó de ser una república popular para convertirse en una república a secas. Estoril, en la antigua metrópoli, vio nacer en 1991 los llamados Acuerdos de Bicesse, un pacto para detener la guerra civil entre el MPLA y la UNITA y caminar hacia una confrontación puramente electoral. Entre mayo de 1991 y septiembre de 1992, Angola conoció el espejismo de la paz tras los 13 años de guerra colonial y las casi dos décadas de guerra civil. Pero fue eso, un espejismo. El MPLA se alzó con la victoria en los comicios celebrados el 27 y el 28 de septiembre de 1992. A pesar de que las Naciones Unidas, que no se emplearon a fondo para supervisar el acantonamiento de las fuerzas de ambos bandos y crear un ejército nacional, declararon las elecciones como limpias, Savimbi volvió al mato tras acusar a los vencedores de fraude.

Desde entonces, la guerra, con periodos de hasta mil muertos diarios a causa de los combates y el hambre, no ha hecho sino recrudecerse. Aunque en un primer momento las tropas de Savimbi lograron hacerse con el control de casi el 75% del país, las últimas ofensivas de las Fuerzas Armadas angoleñas permitieron a estas hacerse fuertes en una franja costera de casi 250 kilómetros y controlar casi todas las riquezas y grandes ciudades del país, salvo Huambo, la antigua Nueva Lisboa, bastión y capital del territorio liberado de la UNITA (un inmenso espacio en su mayor parte casi deshabitado). Pese a haberse visto privada del apoyo de Washington y de la condena de la ONU, la UNITA ha podido mantener el precio de la guerra gracias a la complicidad de Zaire y a controlar la rica región diamantífera de la provincia norteña de Luanda. Pero los reveses militares convencieron a Savimbi de la necesidad de pactar, aunque sólo sea para recuperar el resuello.

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