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Las abejas viciosas

En 1714, un médico londinense nacido en los Países Bajos escandalizó a la sociedad inglesa con la atrevida tesis de que los vicios privados son el motor de los beneficios públicos; la idea de que las conductas individuales animadas por el propio interés originan resultados saludables para la colectividad y consecuencias no previstas por sus autores alcanzaría su consagración definitiva con la mano invisible de Adam Smith. Se diría que los socialistas españoles se dejaron cautivar durante el auge económico de la pasada década por las teorías de Bernard Mandeville expuestas en La fábula de las abejas; la llamada cultura del pelotazo descansó en buena medida sobre el supuesto de que la consecución de alta! tasas de crecimiento era incompatible con las tradiciones de austeridad heredadas de la Institución Libre de Enseñanza y del PSOE de la preguerra.Aquellos años de rápidos y espectaculares enriquecimientos a la sombra del poder contribuyeron a fortalecer la idea mandevilliana de que la sociedad es una colmena ruidosa donde los bellacos son mas útiles para el común que la gente honrada. Aunque nadie se atreviese a justificar en público la corrupción en nombre de su eventual contribución al bienestar colectivo, los métodos empleados por algunos altos funcionarios (como Mariano Rubio Y Luis Roldán) o militantes socialistas (como Juan Guerra-, para mejorar de fortuna adquieren su pleno sentido en_ aquel clima de euforia e impunidad. Así lo afirma el severo dictamen de la comisión parlamentaria sobre el caso Rubio, que enmarca "los personales afanes" del ex gobernador en un contexto social caracterizado por el predominio de la economía especulativa sobre la economía productiva, el enriquecimiento rápido sobre la cultura del trabajo, el éxito a cualquier precio sobre los valores éticos".

Tras negar inútilmente la evidencia de sus incrementos patrimoniales y trampas fiscales, Rubio adoptó una vía de defensa alternativa: sin llegar al extremo de intentar exculpar sus irregulares comportamientos particulares -sus vicios privados- en nombre de los beneficios públicos hipotéticamente engendrados por esas conductas delictivas, edificó una muralla de China para aislar herméticamente sus trapisondas como ciudadano de su gestión como gobernador del Banco de España. El historial de Rubio en la institución monetaria hasta 1987 servía de inteligente coartada a esa estrategia: pues es cierto, como afirma Gabriel Tortella -galardonado hace unos días con el Premio de Economía Rey Juan Carlos- en su reciente y excelente libro sobre El desarrollo de la España contemporánea, que el ex gobernador contribuyó en esos años a resolver la grave crisis bancaria de nuestro país.

Pero el dictamen del Congreso no deja el menor resquicio para que un presente indigno sea lavado por un pasado honrado. De forma taxativa, la comisión parlamentaria afirma que las actuaciones de Rubio "como cargo público" resultan inseparables de su comportamiento "como persona". A juicio de los diputados, el ex gobernador in fringió no sólo las normas de la ética individual, sino también las reglas de conducta exigibles a todo funcionario público" al utilizar sociedades interpuestas o ficticias para enriquecerse personalmente, ocultar información, mentir al Parlamento y eludir el pago de impuestos. Además, esas actuaciones "han deteriorado la imagen del propio Banco de España" y han tenido consecuencias negativas para nuestra economía. La comisión concluye que existen "indicios claros" de que Rubio hizo uso de su cargo "para beneficio propio, de parientes o de los intereses del holding Ibercorp " en operaciones relacionadas con la información privilegiada y el tráfico de influencias. Pero no sólo de pan vive el hombre: el ex gobernador traicionó también la amistad y la buena fe de quienes se chamuscaron la mano en febrero de 1992 al salir ingenuamente fiadores de su honradez ante la opinión pública.

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