Hipótesis de Sadam
Ni SIQUIERA a Sadam Husein puede ocurrírsele repetir una invasión de Kuwait como la que tan cara le costó hace cuatro años. Así parecía confirmarlo el anuncio de que ayer sus tropas se retiraban de la frontera con el emirato y así lo habían reconocido implícitamente Estados Unidos y sus aliados, aunque hubieran tomado lógicas precauciones militares para responder adecuadamente a cualquier temeridad de Bagdad. No ignoraban que Sadam Husein tiene razones tácticas y prácticas, aunque de fuerte riesgo, para moverse con objeto de deshacer un bloqueo de la situación política que pone en peligro la viabilidad de su régimen y tal vez del propio Estado iraquí.Lo que pretende Sadam es romper un círculo vicioso con gestos de estudiada pero contenida belicosidad, Algo parecido a lo que hizo el presidente egipcio Sadat con la guerra de 1973 para sacar la situación del pantano diplomático en que se encontraba y lograr, como así fue, la retirada israelí de la península del Sinaí. La diferencia consiste aquí en que Sadam quiere todo menos un nuevo enfrentamiento bélico.
Irak padece un gravísimo embargo sobre sus ventas de petróleo. El país se desangra, las enfermedades se hacen endémicas, la desnutrición afecta principalmente a los niños. Si Bagdad no vende su petróleo, se muere. Por eso, Sadam intenta, por una parte, realizar una exhibición de fuerza para demostrar a su pueblo que sitúa su Ejército donde quiere y que no es un títere que simplemente implora de las Naciones Unidas el levantamiento de la drástica medida. A la vez, llama la atención sobre el conflicto concentrando tropas en la frontera con Kuwait mientras se discute el levantamiento del embargo en la ONU; pero como sabe que esa amenaza por sí sola puede ser incluso contraproducente, se ve obligado a ofrecer algo más.
Y ese algo más, que anuncia sin desvelar aún su contenido, es una declaración clara, según las propias fuentes iraquíes, sobre Kuwait. Lo que el dictador de Bagdad quiere es vender a la opinión internacional su cambio de postura sobre el emirato a cambio del fin del embargo, es decir, de cobrar un respiro para la supervivencia del régimen. Ese cambio de postura sólo puede conducir al reconocimiento de las fronteras y de la soberanía de Kuwait.
Washington no parece especialmente interesado en encontrar razones para aliviar la situación de Sadam, y para que el presidente iraquí pueda negociar hace falta que Estados Unidos quiera ser su interlocutor. No parece seguro que vaya a ser así. Pero si Bagdad anuncia con toda suerte de luz y taquígrafos que está dispuesto a garantizar la inviolabilidad de las fronteras kuwaitíes, el mundo occidental podrá darle más o menos crédito. Parecería poco sensato que se negara a explorar esa posibilidad. Un reconocimiento en debida forma y con garantías internacionales debería ser aceptable para Estados Unidos.
También para la comunidad internacional. Si la hipótesis se confirmase, la ONU debería también replantearse el mantenimiento de unas medidas que, en atas del objetivo de hacer caer a un sanguinario dictador, infligen sufrimientos ciertos a una población cuyo mayor pecado es el de padecerle como gobernante.
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