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FERIA DE OTOÑO

Uno que pega trallazos

Torrealta / Cervantes, Rivera, MacarenoNovillos de Torrealta, muy bien presentados aunque varios sospecho. de pitones, encastados, bravos excep 31, nobles.

Paco Cervantes: estocada corta trasera (escasa petición y vuelta); pinchazo, estocada ladeada perdiendo la muleta -aviso- y dobla el novillo (palmas y saluda). Rivera Ordóñez: estocada corta trasera, rueda de peones y descabello (ovación y también pitos cuando saluda);estocada trasera (escasa petición y vuelta protestadísima). Macareno, de Madrid, nuevo en esta plaza: pinchazo y estocada tendida muy trasera (aplausos y también pitos cuando saluda); bajonazo -aviso- y cuatro descabellos (vuelta por su cuenta).

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Llega a ser el joven que vestía de azul y oro un tal García, un principiante desconocido, un torerito cualquiera venido de nuevas a Madrid, y le habrían calificado como uno que pega trallazos. Pero lleva apellidos ilustres en el concierto taurómaco -Rivera y Ordóñez, nada menos-, sale por televisión, es habitual página de color en las revistas del lujo y el desenfreno, y había que aplaudirle, había que pedirle las orejas, había que allanarle el camino del triunfo, había que defenderlo del juicio critico de los aficionados, no importaba que, efectivamente, estuviera pegándoles trallazos a unos novillos de casta brava y nobleza infinita.

Un respeto a los apellidos ilustres quieren, de consuno, la buena crianza y la tauromaquia, y así procedía la afición, naturalmente, sin confundir la respetabilidad con la demagogia, la benevolencia con la adulación gratuíta, que eso sí habría sido una falta de respeto a los apellidos, a la dignidad del joven vestido de azul y oro que los lleva, a la buena crianza bien entendida y a la mismísima tauromaquia. Por eso cuando le veía embarcar largo algún muletazo, se lo coreó mediante- los olés jubilosos que provoca siempre el toreo bueno, aunque los dé un paria o un hijo de la inclusa; y cuando le veía trazar desastrado el pase, se lo reprochó dedicándole música de viento, según hicieron siempre los aficionados desde que la fiesta existe, así viniera recomendado por el Papa el autor de los trallazos o procediese de las mejores familias de Bilbao.

Los respetos, sin embargo, deberían ser mutos, y fue el joven vestido de azul y oro el que faltó al respeto a los aficionados, primero saliendo a saludar hasta los medios pese a la fuerte división de opiniones que había merecido su vulgar faena de muleta, luego emprendiendo una vuelta al ruedo, prepotente e intolerable, en la que se encaró con quienes manifestaban su protesta.

El joven portador de ilustres apellidos que la tauromaquia y la buena crianza respetan había decidido, al parecer, pornerse la afición de Madrid por montera. Una juvenil rebeldía, un caso de personalidad y casta, dirán; genio y figura. Pero quiere la propia tauromaquia que empleen los toreros su personalidad y casta, su genio y figura, sus ímpetus juveniles, en torear los toros, retándoles de frente, trayéndoselos toreados de delante, cargándoles la suerte, embarcándolos con templanza y todas cuantas especificaciones configuran el toreo puro. Sobre todo si esos toros hacen gala de bravura y nobleza, cual fue el caso.

Una novillada excepcional sirvió la divisa Torrealta, encastada, noble, y, además, fuerte. El primer ejemplar derribó con estrépito; el último pegó un arreón de latiguillo del que salió por los aires el picador Pimpi y cayó a la arena de cabeza. Quedó con el castoreño encajado, visiblemente maltrecho y fuera de combate.

Una novillada importante, en definitiva; ideal para hacerla el toreo según los cánones y alcanzar con todos los pronunciamientos la gloria de puerta grande. Pero no hubo puerta grande, ni nada, La novillería no anda fina. O quizá sea que está mal acostumbrada. Después de triunfar en cualquier parte, donde dan orejas por nada, les sorprenden las exigencias de una afición entendida. Paco Cervantes oyó cómo un espectador le decía que se echara la muleta a la izquierda de una buena vez, y muchas venturas le produjo hacerle caso, pues el novillo iba por ese pitón de dulce y le sacó unos naturales de buen trazo.

Iba de dulce el cuarto novillo aquel por el pitón izquierdo, y por el derecho, y todos seis igual, con tanta prontitud y nobleza que ponían al descubierto las limitaciones artísticas de los novilleros. Principalmente, su reticencia a torearlos con la izquierda. Y como el ser humano sólo tiene dos manos (de momento), su única alternativa consistía en emplear la derecha, y los molieron a derechazos.

Con todo, Cervantes cuajó algunas buenas tandas de naturales y un estupendo toreo de capa, que desplegó en las verónicas de recibo con ganancia de terrenos y en quites variados. Macareno dio faroles de rodillas, de rodillas inició su segunda faena, y aunque le deslucían e incluso comprometían defectos de colocación -seguramente fruto de la inexperiencia- estuvo muy animoso. También tienen ascendencias ilustres ambos espadas. Cervantes es hijo del excelente banderillero del mismo apellido; Macareno, hijo del matador del mismo apodo, uno de los mejores intérpretes del toreo puro que hayan vestido de luces en la anterior década. Y no por eso salieron a la palestra con ínfulas propias de la Reina del Chanteclaire. Quieren ser toreros: eso es todo.

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