Andrés Sopeña: "La escuela franquista y la 'telebasura' cumplen la misma función"
Hoy se presenta su libro 'El florido pensil'
Un inconfundible aceite de ricino recorre las páginas de El flórido pensil. Memoria de la escuela nacional católica (Grijalbo), libro en el que su autor, Andrés Sopeña, de 46 años, profesor de derecho en la Universidad de Granada, da cuenta de la sórdi da "deseducación y casi exclusivo adoctrinamiento'-" padecidos por los niños del primer franquísmo. Con humor, Sopeña desnuda los documentos escolares de una época que ha dejado secuelas. En su opinión, "la telebasura cumple hoy la misma función de la escuela en el franquismo".
"Nos pasábamos la vida cantando. Lo cantábamos todo como autómatas, entre palmetazo y palmetazo, en un mismo tono ripioso, homologado, y mi intención ha sido diseccionar paso a paso qué diablos estábamos cantando. No sólo como catarsis personal o generacional, sino porque considero indudable que toda aquella carga de polución ideológica que evacuaron a destajo sobre nuestra infancia opera flagrantemente en los adultos de hoy", explica Andrés Sopeña. El resultado son las 245 páginas de una edición inmejorable, emuladora de los manuales que circularon por las escuelas de la primera mitad larga del franquismo, cuyos textos y gráficos aparecen entreverados y comentados con sarcástica ternura retroactiva por un niño de 11 años de finales de la década de los cincuenta, los que para entonces contaba su autor.El título del libro -que será presentado hoy en Madrid por Fernando Savater, Rosa Montero, Josep Fontana y Gregorio Cámara- obedece a una de las tres letras más difundidas del himno nacional: "Fuiste de gloria florido pensil". "La versión de Eduardo Marquina está diseñada para alentar el combate, mientras que la de José María Pemán -la más divulgada hoy, en uno de los pocos países del mundo que carecen de una letra oficial- está hecha para el poscoito: para que los supervivientes del reclamo de Marquina saboreen la victoria", afirma Sopefia.
Incluso en matemáticas
"Nosotros cantábamos una tercera letra, anónima, y era perfectamente posible que a la misma hora tres escuelas vecinas anduviesen por su propio derrotero hímnico. Eso da una idea de las dimensiones y refuerzos del grillo descomunal. Pero a lo que voy es que nosotros decíamos 'florido pensil', cuando un pensil es de por sí un jardín florido, lo cual ilustra también la tautología retórica con que se engrasaba, el cerrado discurso del régimen", explica Sopeña. Incluso en aquellas asignaturas menos propensas al adoctrinamiento, como las matemáticas, se filtraba una mano de sal gorda subli.minal. "La mayoría de los ejercicios de cálculo aparecen impregnados de la cutrez ambiente. Uno repara en los ejemplos a resolver, y ve que nos pasábamos los deberes sumando y multiplicando kilos de estiércol. O bien, con entera impunidad, se nos proponía cuáles serían las ganancias de un lechero después de haber rebajado con litros de agua sus cántaros de leche, o de un tabernero haciendo lo propio con el vino. Aquellos ejercicios encubrían una descarada legitimidad de la adulteración", señala Sopeña.De ahí que el protagonista del libro anunciara en casa que de mayor quería ser recolector de estiércol o lechero adulterador. "Yo creo que la lactancia de aquellos cuadernos repercute a la fuerza ahora, en nuestra condición de adultos", establece el profesor. "Hay lodos en la actualidad, como el caudillismo político, las soluciones represivas a los conflictos, o la opción generalizada por la seguridad frente a la justicia, que proceden directamente de aquellos polvos. Es más. Ahora trabajo, en similares términos, en el análisis de los mensajes de la telebasura, que cumplen una parecida función socializadora a la de los contenidos de la escuela de entonces. Aún carecemos de la necesaria perspectiva; pero no me cabe duda de que un día nos partiremos tristemente de risa al comprobar la cantidad de polución ideológica que a diario evacua sobre nosotros ese artefacto".
Babelia
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