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FERIA DE TALAVERA

Terratenientes

Viéndolos tirar líneas por allí, parecían terratenientes. Los tres espadas parecían terratenientes. Y no era una impresión personal, sino colectiva. Aficionados varios comentaban que viéndolos tan prudentes, melindrosos y ventajistas, cada uno de ellos habría de tener tres cortijos en Linares, otro en Navalmoral, por lo menos.A lo mejor los tienen y esto del toreo lo practican sin ánimo de lucro; sólo por amor al arte. Aunque el presunto altruismo queda de momento en entredicho, pues arte no se les apreció de ninguna de las maneras. Pegar pases, sí, pero esa es vocación distinta. Les salieron a los diestros torillos de pequeño cuerpo y mínimo pitón, flojitos e inofensivos, y todos tres se pusieron a torear con el pico de la muleta, allá que te va el derechazo embarcando al torito bueno por la periferia, mucho pase de pecho por partida doble, mucho estacazo al aire con la espadita de madera al rematarlos -como diciendo: "¡Te daba así!"-, mucha postura, mucha pinturería, mucho alarde de valor para impresionar a la galería. Y la galería no acababa de impresionarse, ni nada.

Quinta / Niño de la Taurina, Higares, Vázquez; Mayoral

Cinco toros de La Quinta, chicos excepto 5º y 6º flojos, encastados; 2º de Andrés Ramos, chico e inválido. Sospechosos de afeitado. Niño de la Taurina: bajonazo escandaloso y rueda de peones (oreja); pinchazo y bajonazo (aplausos y saludos). Óscar Higares: estocada delantera tirando la muleta y rueda de peones (oreja con escasa petición); cuatro pinchazos y , estocada tirando la muleta (palmas y saludos). Javier Vázquez: bajonazo y rueda de peones (oreja con escasa petición); media baja atravesada, rueda de peones, cinco pinchazos bajos, descabello -aviso- y descabello (pitos). Un toro despuntado de Joaquín Buendía para rejoneo, bravo. Javier Mayoral: rejón traserísimo bajo y rueda de peones (oreja). Plaza de Talavera de la Reina, 21 de septiembre. la corrida de feria. Más de media entrada.

La galería, en su fuero interno, estaba pensando: así cualquiera, ya podréis, menos lobos, demasiado ruído para tan pocas nueces, y de ahí en adelante, hasta completar el repertorio con que la sabiduría popular resume su escepticismo en los casos flagrantes de fanfarronería y baladronada. Porque ponerse farrucos con unos toritos de enjuto cuerpo, pitón romo, tullidos e inocentes, sólo provoca la incredulidad, si no es la sensación de ridículo. Luego la galería sacaba el pañuelo y lo agitaba en demanda de trofeos. No toda: una mínima parte, sin duda representativa de la plaza entera, ya que iba el presidente y concedía la oreja.

Toreros con torería cierta, cuando encontraban en una plaza fácil torillos de buen conformar, no desaprovechaban la oportunidad por nada del mundo; decían "esta es la mía", se echaban la muletilla a la izquierda y se ponían a torear como los ángeles, para su disfrute personal y de la afición presente. Así fue toda la vida de la tauromaquia, hasta que surgieron los pegapases y fueron elevados a la categoría de figuras.

El ejemplo de semejantes pelmazos ha hecho estragos y ahí están estos matadores de segunda fila, cuyas condiciones toreras, seguramente excelentes, quedan devaluadas -o acaso ocultas- por culpa del prurito pegapasista. Algún remoto atisbo de calidad pudo advertirse, no obstante: Niño de la Taurina cargó la suerte al primero -al cuarto no lo entendió-, óscar Higares corrió la mano al inválido en ocasión de que conseguía mantenerse en pie -el quinto se quedó aplomado-, Javier Vázquez instrumentó naturales de buen corte al tercero -la casta del sexto acabó desbordándolo y de poco ni lo mata- y todo ello por junto les valió tres orejas, a repartir.

Javier Mayoral se llevó la primera orejita de la tarde. Toreó a caballo con sobriedad, mas se tomó tantas ventajas para rejonear bajito, reunir a la grupa por los terrenos de dentro un par a dos manos y abatir al bravo toro de un rejonazo riñonero, que parecía también un terrateniente. Pero no engañaba a nadie, si bien se mira: lo es; ¿pasa algo?

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