Su mejor arma
EL PRESIDENTE Clinton logró ayer imponer sus máximos objetivos en la crisis de Haití. El general Raoul Cédras y sus principales colaboradores aceptaron ceder el poder al presidente democráticamente electo, Jean Bertrand Aristide. También acordaron con la delegación norteamericana, dirigida por el ex presidente Jimmy Carter -que vuelve a demostrar que es un estadista esforzado por ahorrar sangre a todos, Estados y pueblos-, que antes del 15 de octubre el Parlamento de Puerto Príncipe proclamará una amnistía (garantía de que no se les exigirán responsabilidades), que se convocarán elecciones generales y que todas las sanciones económicas y el embargo impuestos por la ONU serán levantados de inmediato.Los dirigentes del régimen salen así impunes a cambio de no ofrecer resistencia y se les permite salvar la cara vendiendo el fin del embargo como fruto de sus desvelos por la patria. Es un pacto que, como siempre suele suceder, cede en los principios para obtener ventajas prácticas. Éstas ya se vieron ayer.
Unos 15.000 marines norteamericanos comenzaron ayer a ocupar posiciones estratégicas en Haití, sin disparar un solo tiro ni sufrir una baja, tan sólo horas después de anunciarse el acuerdo. Éste permite a Cédras huir del país intentando olvidar que hace días aseguraba que preferiría morir antes que escapar deshonrando su nombre y a sus hijos. La fuerza militar norteamericana le ha hecho cambiar de opinión.
La crisis no ha concluido ni lo hará con el cumplimiento -aún por ver- de los acuerdos. Pero a Cédras y su gente le será mucho más dificil sembrar el terror entre sus adversarios con tropas norteamericanas y observadores sobre el terreno. También frenarán éstos las ansias de venganza de los seguidores de Aristide. Éste volverá sin el lastre de haber sido impuesto en el poder por una intervención extranjera causante de la muerte de compatriotas suyos. Esperemos que todo salga bien.
Pero Clinton tiene una especial lección que aprender de este episodio, al menos de su fase inicial: que la indecisión, de la que la hecho gala en su política exterior desde que llegó a la Casa Blanca, sólo alimenta las ambiciones de los dictadores de uno u otro pelaje. Su credibilidad ante Cédras hizo posible el acuerdo auspiciado por Carter. Y esta credibilidad, inexistente en Haití hace semanas, fue restaurada por la presencia de los portaaviones y por la certeza de que existía la decisión de intervenir. Y, sin embargo, la indecisión de meses y años pasados tendrá un coste. Primero, la sensación en cierta opinión pública de Occidente -agitada por quienes son más benévolos hacia un pequeño déspota uniformado que hacia las decisiones del Consejo de Seguridad- de que EE UU retorna a veleidades imperialistas. Segundo, la impresión en Moscú de que ahora podrá exigir igualmente la confianza de la ONU para sus propias intervenciones en lo que califica como su propia zona de influencia.
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