Un clásico
Hace un cuarto de siglo esta obra se podía ver, y se veía, como una dialéctica entre Franco y Buero, suponiendo en Franco la existencia interior del permanente monstruo de tiranía que habitaba a Fernando VII, y en Buero algo más que Goya, y que él mismo: una inmensa mayoría del pueblo español a la que representaba en el escenario. Los monólogos se seguían con pasión, porque no se podía perder una palabra: estaban. todas cargadas de sentido. Digo monólogos porque Buero sacrifica parte de esta obra a un continuo efecto teatral: la sordera de Goya se transmite al público haciendo que quienes se dirigen a él sólo gesticulen y muevan la boca, pero no emitan ningún sonido: es él mis mo quien nos tiene que repetir lo que le dicen junto con sus largas respuestas. Sigrílficaba, quizá, que Goya-Buero estaban marginados, estaban fuera del lenguaje de este mundo, de componen das o peticiones de perdón; privados del entendimiento de lo fácil. El otro aspecto de la teatralidad es la proyección de las pinturas negras que nos envuelven: misteriosas, frutos de la pesadilla, Es paña horrible y dominante. Pero también fruto de la locura. Está claro que Goya era sifilítico, que por ello perdió el oído y se le pro ducían alucinaciones auditivas, y una senilidad adelantada que le llevó a la muerte en Burdeos. Por aquí se pierde el hilo: si Goya es taba loco, no tenía la razón; o era el sueño de su razón el que producía sus monstruos, cuando lo que estábamos entendiendo, entonces, era que la razón, incluso con mayúsculas, la Razón entronizada en Francia por el pueblo dormía y producía el monstruo Fernando-Franco.
El sueño de la razón
De Antonio Buero Vallejo (1970).Centro Dramático de la Generalitat valenciana. Intérpretes principales: Joan Gadea, Lluís Fornés, Manuel de Blas, Marina Saura. Escenografía: Pedro P. Hernández. Música: Pep Llopis. Figurinista: Manuel Carbonell. Dirección: Antonio Buero Vallejo. Teatro María Guerrero, Madrid, 15 de septiembre.
Momento histórico
Quizá todas estas finuras nos importaban menos que el gran bulto: la pieza contra la tiranía, el oscurantismo, la inquisición, el nacionalcatolitismo; y contra los colaboracionistas, los traidores. Podemos encontrar todavía mucha sensibilidad por ese tema, sobre todo ante un futuro dudoso , pero no deja de ser una obra histórica, de un momento histórico: una obra clásica a la que hay que mirar con otros ojos que los de ahora. Ahora, el monólogo es pesado, reiterativo; aunque el buen actor Manuel de Blas lo lleve al gran guiñol, al histrionismo, y estemos pendientes de su interpretación; y la gesticulación continua de los interlocutores, pese a su arte, pierda pronto la gracia del hallazgo y se vaya hacia el fastidio. La parte histórica está solamente evocada, y la biografía de Goya como informativa no existe. En cualquier caso, es una muestra de cómo se puede y se debe hacer teatro en tiempos difíciles. Para tiempos más fáciles, como éstos, no resulta pos¡ble o práctico cargar las obras de significación, o hacer entrar la metáfora en el espectador. La culpa debe ser de la época, no de los actores.El divismo de Manuel de Blas realza toda la obra; la respuesta que le da Marina Saura es acongojada, grave, amorosa, compleja: muy bien representada. La producción del Centro Dramático de la Generalitat valenciana, con la dirección atenta de Antonio Tordera, se añade a los valores propios de la obra, y recibe del público los aplausos correspondientes, multiplicados ante la presencia de Buero; supongo que ante el recuerdo del Buero decidido para crear esta obra de la resistencia, aun de la resistencia con el miedo dentro. Una obra clásica de un autor plásico.
Babelia
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