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Cuba: las palabras y los hechos

Antonio Elorza

El ministro cubano Robaina parece aceptar la sugerencia de un cambio. Aceptará también las reformas, si quedan a salvo la independencia y la soberanía de la isla. Pero el resto del discurso pone en guardia contra cualquier optimismo. Ninguna precisión sobre el contenido político o económico de tales reformas. Y una advertencia que pone las cosas en su sitio y deja claro el objetivo principal de ganar tiempo: "Antes de pensar en cambiar, Cuba ha de pensar en sobrevivir". Como si lo uno no fuera la premisa para lo otro. Resumen: digamos que todo cambie, para que todo siga igual.La novedad de la rueda de prensa residió en el matiz introducido por el ministro español Javier Solana apuntando a la prioridad de las reformas políticas. Hasta ahora, el Gobierno español se situaba en un terreno de declaraciones generales de simpatía hacia Cuba, condena del embargo yanqui y profesión de principio democrática, pero con un claro respaldo al proyecto de reformas y, sobre todo, inversiones, patrocinado para Cuba por el ex ministro Solchaga, con un doble eje de introducción de criterios económicos, como la fiscalidad, y desarrollo de la inversión de capitales en el sector turístico. Podía pensarse que así tendría lugar un remake del milagro español de los sesenta o del chino de esta última década, como tal vez sueñan los dirigentes castristas. Su fórmula: auge económico, población disciplinada bajo una dictadura nacionalcomunista que compensaría la sobreexplotación salarial de los trabajadores con el mantenimiento del régimen asistencial en educación y sanidad.

La crisis de los balseros ha demostrado la inviabilidad de tales expectativas. Claro que siempre puede decirse como la diputada de IU señora Aguilar que son más los que se quedan que los que quieren irse; es el mismo tipo de razonamiento que aplicaba el franquismo a los comunistas encerrados en sus cárceles. Más allá de tales miopías interesadas, no obstante, la tragedia de las balsas recuerda hasta qué punto muchos cubanos experimentan como insoportable su vida en la isla. No sobreviven y resulta cínico plantear el tema como una cuestión de vigilancia de costas para Estados Unidos. Desde sus prolegómenos en el siglo XIX hasta los vaivenes de Clinton, la política norteamericana hacia Cuba está cargada de responsabilidades negativas, pero ello no autoriza tranquilidad de conciencia alguna a un Gobierno que se cruza de brazos ante el viaje hacia la muerte que emprenden cientos o miles de sus ciudadanos. En este contexto, la creación de unas reservas indias a la inversa, donde turistas españoles, canadienses o italianos viven en jaulas doradas, de espaldas a, o aprovechándose de la miseria circundante, puede enriquecer a unos cuantos burócratas y dar de comer a los empleados del sector, pero como solución no existe. Es más, recuerda al pueblo cubano el abismo existente entre su modo de vida y el de los visitantes.

Consecuencias. De uso interno (y con especial referencia a IU): para que Castro hable legítimamente como vocero único de Cuba o de la gran mayoría de los cubanos, que pase por las urnas. De cara a Estados Unidos: no es acentuando la miseria de un pueblo como se lo prepara para una normalización democrática. Y dejando de hablar para oídos sordos, dos propuestas concretas. La primera partiría a reconocer que entre los extremos del aparato castrista y de los sectores revanchistas de Miami existe una base de maniobra política para impulsar una transición negociada. Gobiernos como el español tienen a este respecto una responsabilidad similar a la que asumió el socialdemócrata alemán de cara a nuestra propia transición. Pero el impulso no puede detenerse en las palabras. Otro tanto ocurre en el terreno de la ayuda humanitaria, hoy dispersa en nuestro país entre múltiples iniciativas públicas y privadas, y que nuestro Gobierno podría organizar a una escala y con unas garantías muy superiores a las actuales. Por encima de las valoraciones políticas, hay que ayudar al pueblo cubano.

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