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En plan capea

Ninguna torería, ningún recurso lidiador, ningún disimulo: el peonaje salió ayer al cuadrilátero de Arganda en plan capea. Salió a no sentir de los novillos ni el vaho de sus bufidos, a mantearlos mejor que bregarlos, a tirarles banderillas, donde cayeran.Amoruchados y hasta broncos resultaron los novillos, pero después del trajín que les daba el peonaje -traspiés, regates, respingos, carreras, ayes y suspiros- santos debían de ser cuando, llegado el tercio de muerte, no querían hacer daño a nadie.

Hubo par de novillos que se revolvían, o achuchaban, o ambas perversidades a la vez, perdido el celo embestidor. El primero aún fue peor: ver al individuo del castoreño amenazándolo con la vara, hizo fu y se aculó en un rincón de la plaza próximo al toril. No era el rincón de Ordóñez, por supuesto, ni siquiera la esquina del Bernabéu; era, a sus efectos, el corral, con mayor probabilidad el establo donde refugiaba su mansedumbre.

Con semejante género y sus resabios adquiridos, bastante hicieron Abel Oliva, Rodolfo Núñez y Niño de Belén intentando darles pases. El último, maleado que fue -una banderilla infamante le pendía de la tripa- se atrincheró en el rincón que hacía las veces de establo. La verdad es que sus minutos estaban contados. Muerto a estoque, acabó con él la función y la feria. Acabó, sin mayor gloria ni lamento de tragedia. Una feria de tantas, en la España profunda.

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