Tregua del IRA
LA TREGUA indefinida y sin condiciones anunciada ayer por el Ejército Republicano Irlandés (IRA) constituye una esperanzadora noticia. Largamente esperada. Los 25 años de violencia sectaria en Irlanda del Norte no han producido sino muertes, dolor y odio, grandes bolsas de marginación y miseria económica. No es un balance para que nadie se sienta orgulloso. Ni aquellos que, movilizados contra lo que consideran una injusticia histórica, han acabado sumidos en el fango del terrorismo más despiadado; ni los sucesivos Gobiernos del Reino Unido, incapaces de dar una salida a lo que es un enfrentamiento entre comunidades, ambas profundamente arraigadas en el Uster. Ni, por supuesto, para aquellos grupos del radicalismo unionista que han emulado en crueldad, fiereza y falta de escrúpulos al terrorismo del IRA para superarlo incluso en los últimos tiempos en su violencia indiscriminada.Tanto la comunidad católica como Downing Street han percibido la oportunidad histórica que les brinda el momento para buscar una salida pacífica a un conflicto enquistado. La mediación de algunos notables norteamericanos de origen irlandés ha brindado los incentivos económicos necesarios para este plan de paz que se adivina detrás del anuncio de la tregua. Unos 26.000 millones de pesetas parecen estar dispuestas a invertir las autoridades norteamericanas en este proceso de pacificación y reactivación de una de las esquinas más pobres, violentas y socialmente deterioradas de Europa.
El anuncio de la apertura de esta fase de renuncia unilateral a la violencia puede dar tiempo a ambas comunidades a demostrarse a sí mismas que la convivencia es posible, y que, de producirse las inversiones y darse así tiempo a que cuajen ciertas mejoras sociales y económicas, el desarrollo de la región beneficiará a todos. Mermará así esa gran fuerza que alimenta los resentimientos, el nacionalismo radical, el fanatismo y la violencia que son la marginalidad y la miseria.
Y, sin embargo, hay motivos para recibir con reservas esta buena nueva. Las fuerzas unionistas radicales ya han anunciado su oposición a lo que consideran una conspiración para entregar el Ulster a los católicos. En realidad, muchas de estas fuerzas sólo viven y matan para mantener su hegemonía, que en gran parte es económica. Reactivar la espiral de la violencia y la venganza no es cuestión difícil en este maltratado rincón de la isla irlandesa. Es muy posible que algunos sectores republicanos y católicos también estén deseando que los unionistas les den el pretexto para volver a la acción del terror y la autoconmiseración, un régimen de vida en el que han crecido ya varias generaciones. Es más fácil vivir del mito del victimismo que reconstruir un país en el que falta sentido de normalidad, sociedad Civil, cuadros profesionales e inversiones. Por eso la vía elegida ahora por el. IRA, el Sinn Fein y el Gobierno de Londres, así como por los moderados de ambas comunidades, debe ser apoyada por todos con plena conciencia de que serán muchas las provocaciones y de que está plagada de trampas.
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