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Mubarak, contra las cuerdas

Pese a la implacable campaña contra los integristas musulmanes de Egipto, el Gobierno laico y prooccidental del presidente Hosni Mubarak se encuentra más que nunca amenazado de un resurgimiento de la violencia en vísperas de la controvertida Conferencia Mundial sobre Población. El atentado de ayer vino, esencialmente, a confirmar tres cosas:- Contrariamente a afirmaciones oficiales, los grupos guerrilleros musulmanes no han sido desbaratados. Permanecen activos, especialmente en el Alto Egipto, donde centenares de células durmientes que han logrado escabullirse de las gigantescas operaciones de contrainsurgencia este año siguen las órdenes del liderazgo clandestino mimetizado entre las mezquitas de la ciudad de Asiut y sus alrededores.

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- Los integristas conservan su capacidad y maniobrabilidad para perpetrar ataques de represalia. Hace menos de una semana, cinco integristas egipcios miembros de la Gamaá al Islamiya (Agrupación Islámica) fueron ahorcados por participar en varios atentados, incluyendo la colocación de un coche bomba dirigido contra el ministro del Interior, Mohamed al Alfi hace un año.

- El ataque en Nag Hamadi coloca al Gobierno en la incómoda posición de tener que admitir que, pese al impresionante mecanismo de seguridad para proteger a los millares de delegados a la Conferencia sobre Población, no puede prevenir actos de violencia perpetrados por extremistas musulmanes que han jurado derrocar al Gobierno y que, en los últimos días, han manifestado claramente su oposición a la celebración del cónclave mundial en la capital egipcia.

El Gobierno egipcio se ufanaba hasta ayer de haber asestado golpes mortales contra la Gamaá y su organización gemela y quizá más temeraria, la Yihad (Guerra Santa) Islámica, en los últimos meses. El atentado de Nag Hamadi tomó a la mayoría de los egipcios por sorpresa: fue el primero contra extranjeros en seis meses, y desde que, en abril, el Gobierno lanzó su más enérgica ofensiva y detuvo a más de 1.000 integristas, muchos de los cuales acabarán en la horca.

En medios bien informados de El Cairo se dice que el Gobierno, temeroso de actos de sabotaje durante la Conferencia sobre Población, ha emprendido una nueva campaña de detenciones, desoyendo consejos de quienes han venido infructosamente advirtiendo a las autoridades de que operaciones de ese tipo sólo están destinadas a engendrar represalias.

Los integristas egipcios, que alcanzaron notoriedad con el asesinato del presidente Anuar el Sadat en 1981, se lanzaron contra su sucesor en 1992. Su táctica -ataques contra la industria turística, principal fuente de ingresos del país, para desestabilizar económicamente al Gobierno- ha dado frutos: en los últimos años, Egipto ha perdido millones de dólares gracias al brusco -descenso de visitantes extranjeros.

Pese a las reiteradas acusaciones a Irán y Sudán, que El Cairo considera promotores de la lucha armada, las autoridades egipcias no han aportado pruebas de interferencia extranjera. Sociólogos y analistas egipcios, muchos de- ellos allegados al Gobierno, atribuyen la campaña extremista al gigantesco grado de descontento popular con la política económica de un régimen al que consideran inepto, corrupto y represivo. "Nuestra guerra es sin cuartel. El faraón [Mubarak] caerá, y con él, todo el sistema que oprime al pueblo", rezaba uno de los más recientes panfletos firmados por la Garnaá al Islamiya y que circuló por El Cairo prácticamente bajo las narices de la legión de agentes secretos egipcios desparramados por los hoteles de la más populosa capital del mundo árabe.

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