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Boda en el ciberespacio

La realidad virtual nos hace dioses al poder construir universos clónicos

Desde hace años, los agresivos operadores de videojuegos parecen querer emular a Alicia y penetrar en el agitado espacio virtual de sus pantallas para aporrear a sus figuras. Pero el síndrome de Alicia se ha ido expandiendo, y una pareja de San Francisco, formada por Monika Liston (ejecutiva de una firma informática) y Hugh Jo, acaba de celebrar una ciberboda en San Francisco.Argumentaron que los novios pueden elegir, sin salir de su ciudad, casarse en la basílica de San Pedro o en una isla tropical, representada virtualmente en su ciberespacio a través de sus cascos y monitores. La propuesta ofrece obvias ventajas técnicas en relación con los antiguos matrimonios por poderes, en los que los contrayentes podían hacer trampas con fotos favorecidas, trucadas o muy antiguas.

La realidad virtual (RV)., inventada por los militares para entrenar a sus pilotos en un entorno óptico envolvente, ha ido más allá del holograma y hasta del Cine Total que Aldous Huxley propuso en Un mundo feliz, pues éste era un espectáculo estereoscópico y táctil acotado por un marco escénico estático, heredero del marco pictórico del Renacimiento. Mientras que la RV es una alucinación óptica y cinestésica consensuada gracias a la informática, que produce un efecto de inmersión móvil en un escenario envolvente (puede verse una pálida muestra de ello en el filme fantacientífico americano Machine killer).

Paraísos artificiales

La RV aspira a usurpar la realidad, pues no sólo simula su apariencia visual, sino que además ocupa su espacio tridimensional, y no como lo hace la escultura, sino brindando al observador el rol de centro móvil del paisaje ilusorio y hueco que le rodea, y que puede reforzarse con la tactilidad fingida de los datagloves.

La obra de arte plástica tradicional imponía una externalidad y distancia psicológica y estética entre el observador y lo observado. La RV confunde al sujeto con el objeto, mediante su inmersión ilusoria en él. Y así rebasa la vieja cultura de los simulacros, para entra en la cultura alucinatoria de la simulación, que incluye al propio sujeto y a su ubicación en un espacio, reemplazando la interacción conceptual por la sensorial, capaz de generar paraísos artificiales, que tal vez pueden ayudarnos a sobrevivir buenamente a nuestras aflicciones cotidianas.

La ciberboda costó la friolera de cerca de 100.000 dólares (13 millones de pesetas), pero además tuvo sus servidumbres. El novio y la novia debieron mantenerse separados más de 3,5 metros, para no interferirse. A esta distancia hay que recurrir obligadamente al beso y al anillo virtuales. Y, tras el fracaso de las experiencias habidas de sexo virtual, con su ortopedia electrónica sin calor, olor ni sabor, no se espera una gran demanda para lunas de miel virtuales.

La RV nació paralelamente a las experiencias de clonación en los laboratorios y se engarza perfectamente con la aspiración ilusionista de las artes icónicas, ilustrada por las uvas pintadas por Zeuxis que iban a picotear los pájaros, o por el pintor chino que entró en el paisaje que había pintado y se perdió en su horizonte.

Los hombres saben que pos der construir universos clónicos les convertiría en dioses. Por eso, mientras la mayoría se sigue casando a la antigua, los científicos ya nos anuncian la buena nueva de la televirtualidad en tiempo real.

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