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Se acabaron los honores

Desde 1966 hasta ayer, los refugiados cubanos que atravesaban las 90 millas que separan la isla de las costas de Florida disfrutaban de un exilio dorado. Según la Cuban Adjustment Act de ese año, formulada después del fracaso de la invasión de Bahía de Cochinos en 1961 y de la crisis de los misiles en 1962, prácticamente cualquier cubano que llegara a las costas estadounidenses conseguía asilo inmediato sin tener que dar más explicaciones.Los refugiados que eran rescatados en el curso de la travesía marítima por los guardacostas norteamericanos tenían que pasar por un proceso de inmigración, pero después de una entrevista de rutina se reunían con sus familiares en Miami o pasaban a ser huéspedes de las organizaciones de asistencia social. Lo mismo ocurría con aquellos que escapaban por vía aérea o con los que aprovechaban viajes, pruebas deportivas o reuniones profesionales en el extranjero. Después de la tramitación de los primeros papeles, los cubanos tenían que vivir solamente un año en EE UU antes de solicitar -y conseguir, sin ninguna duda- la residencia permanente.

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La potente comunidad cubana de Miami, además de organizar grupos especiales de ayuda, como Hermanos al Rescate, y de rentabilizar el efecto propagandístico de las deserciones, destacando las más espectaculares, utilizaba sus resortes para ayudar a integrarse a todos los refugiados en la vida política, económica y social norteamericana.

Sin embargo, los cubanos que pedían la salida de la isla por vía legal, a través de la Oficina de Intereses norteamericanos en La Habana, no tenían tanta suerte. La mayoría de las peticiones eran rechazadas. En 1994, de los 20.000 visados técnicamente disponibles, sólo se han concedido 1.200.

En 1966, el Gobierno norteamericano, durante la presidencia de Lyndon Johnson, estaba en plena guerra fría, tanto dentro del propio país como fuera, y en guerra real en lugares como Vietnam y Laos. Por lo tanto, estaba en vigor como un artículo de fe que cualquier persona que huyera de un régimen comunista merecía el asilo automático.

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