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JUAN CRUZ Voz de Grass

Juan Cruz

Günter Grass tiene una voz acatarrada y susurrante que se concentra en sus ojos curiosos como hurones que caminaran con sus pies pequeños por la montura cortada de sus gafas.Escribe de pie, y dibuja, y piensa, y fuma, y todo parece hacerlo de pie desde que amanece; cocina y habla, busca entre las flores de su jardín, y juega con el perro siempre de pie, pero mira hacia abajo, desde la estatura de un sueño que le tiene dolorida la espalda; lleva aún el pelo juvenil con su flequillo siempre a punto de ser acariciado por la mano lenta con la que llena de tabaco oscuro su pipa invariable.

Por su mesa se esparcen papeles escritos a mano, y poco a poco va creciendo en aquella atmósfera de silencios pequeños y profundos el aire renacentista que él cultiva mirando.

Su vida allí dentro es mirada, curiosidad tranquila y radical sobre las pupilas de los otros; se diría que su voz es de invierno, como si acabara de acurrucarse ante un. jarrón familiar cuyos trozos guarda en una chimenea seca.

De pronto, su sonrisa se evade y esos ojos hurones se cambian de sitio, se quedan solos y son una pared que se parece a la memoria. Lentamente, los que están a su alrededor perciben que esa gigantesca figura humana se levanta de su propio sueño y escribe sin manos sobre la espalda invisible de un niño que mira.

Esa que hace mientras se evade de nosotros por la geografía, cálida de su estudio es una escritura de madera feraz y de hierros diminutos, la huella indeleble de un hombre perplejo que ha crecido diciendo siempre una sola palabra que tiene que ver con el verbo de siempre, con el suelo de la libertad.

Testigo de la historia

Se tienen pocas ocasiones en la historia -Unamuno, Russell, Camus, Sartre, Sciascia, Onetti, Rulfo, entre los muertos; algunos más, entré los muchísimos vivos- de estar ante la presencia de la voz necesaria, circular, esencial para seguir mirando, y ahí está, como un orfebre cocinando un pescado prehistórico, este europeo del centro, testigo ocular y rabioso de la historia principal del siglo, aquella que vio dividirse, romperse en dos el corazón de sus contemporáneos, y romperse él también diciendo no a lo que parecía obvio, y machacando con su dedo anular la hormiga inclemente de la intolerancia, ese tremendo vacío que los propios hombres van creando para anular, precisamente, la voz de los otros, para dejar sin voz a los que no tienen derecho a edificar su propia razón y su propia historia.

Testimonio vivo de los desheredados, incómodo testigo del edificio de los ricos, Günter Grass se fue tantas veces de este mundo opulento para ver fuera de allí los cristales rotos de una civilización ajusticiada, que hoy es posible escucharle como una de las penúltimas razones morales para seguir pensando que entre el verso y el hombre no hay más frontera que la que impone el silencio final.

La identidad entre la pluma y la mano, desde El tambor de hojalata hasta los Malos presagios que fueron la advertencia total ante lo que se avecinaba, Grass construyó desde aquel cuarto de vigas de madera y de silencios entrecortados por el humo de la pipa un universo verbal sin el cual hoy no sería posible aún la estatura de nuestra esperanza en la palabra escrita.

Y, ahora, en español, vienen los poemas en los que advirtió sobre la sinrazón de la felicidad en un mundo que sigue tapiando con orín y nada el círculo central de sus creencias; un martillo de voz para romper los cristales de lo que ha sido establecido, un trote juvenil y abierto sobre la estepa depauperada de la Europa del poder y no de los hombres.

Con su undécimo dedo intacto e inexistente, Günter Grass ha hecho del viejo compromiso desgastado una incitación vigorosa a que sigamos oponiéndonos al pensamiento lineal, a lo que ya dice sí desde que nace, y por eso es tan necesario este volumen de versos que ahora viene aquí, a nuestras manos de 10 dedos, como el dedo undécimo que nos ayuda a combatir la convención, el hundimiento de la ilusión como forma de la tolerancia y también, por tanto, de la revolución.

Como su compatriota Friedrich Hölderlin, Grass sabe que la humanidad corre el riesgo de la muchedumbre, de estimar sólo lo que estima el mercado, y ha alertado antes y ahora sobre el triunfo viscoso de lo secundario, y por eso ha hecho del rigor literario y de la antigua virtud de la solidaridad su compromiso principal.

En esa línea en la que los poetas se hacen necesarios para el mundo ha visto en la melancolía de Ios perdedores la fuerza de la razón, y en la ironía feroz de las fascistas ha visto los ojos de la mezquindad y de la miseria.

Por eso en la fortaleza de su. obra cincelada, Oskar aparece como un símbolo de la perdurable, la infancia incorruptible que hay en el fondo de su propia alma de alemán desencantado con una historia que le han hecho a golpe de intereses adultos y bancarios, a golpe de golpes de halcones insanos que han cubierto de porquería la libertad y la felicidad de la gente.

La obra de Günter Grass es el undécimo dedo que se alimenta de rabia y de sueño y que sigue libre en el aire mostrando el viento que aún no está podrido.

La voz despierta de un siglo que se resiste a ser recordado como el recodo de un estercolero en el que también fue sepultada la pureza de la melancolía.

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