La tendencia natural hacia la infidelidad
El hombre está más incIinado a hacerse con una segunda o tercera pareja y la mujer cuida más la selección
El lenguaje de la zoología antes resultaba muy tranquilizador.Parecía que la monogamia duradera era natural en nosotros, al igual que. en gansos, cisnes y otros animales con alas que han llenado nuestro léxico de palabras como tortolitos. Había expertos que decían que llevábamos los valores familiares en los genes.
Últimamente se le han encontrado algunas pegas a todo esto. Para empezar, las aves ya no constituyen un modelo tan edificante. Recurriendo al ADN, los ornitólogos han podido comprobar que el compañero de la madre no siempre era el padre de la nidada.
Estudiando la forma en que el proceso de selección natural ha modelado la mente, la psicología evolucionista está dibujando un nuevo panorama de la naturaleza humana.
La buena noticia es que el ser humano está diseñado para enamorarse. La mala noticia es que no está diseñado para mantenerse enamorado. Puede parecer que esto es motivo suficiente para resignarse a la decadencia progresiva de la familia. Pero lo natural no es necesariamente inamovible. La psicología evolucionista, al contrario que otras visiones de la naturaleza centradas en los genes, muestra la tremenda flexibilidad de la mente humana y el importante papel del entorno en la determinación del comportamiento. Parte de una premisa simple. La mente humana, como cualquier otro órgano, fue diseñada con el objetivo de transmitir los genes a la siguiente generación.
Fijémonos en el peso de los testículos de los primates. Los chimpancés y otras especies con un elevado peso relativo de los testículos (en relación con el peso del cuerpo) presentan hembras muy promiscuas. Las especies con un peso relativo de los testículos bajo son casi monógamas. Esto tiene una sencilla explicación. Cuando las hembras crían con muchos machos, puede resultar provechoso para los genes masculinos producir mucho semen.
El peso relativo de los testículos en el ser humano se sitúa entre el del chimpancé y el del gorila. Esto indica que la mujer, aunque no tan desenfrenada como la hembra del chimpancé, tiene cierta tendencia natural a la aventura.
Existen también pruebas, más sutiles de la infidelidad natural de la mujer. El número de espermatozoides de la eyaculación de un hombre no depende únicamente del tiempo de abstinencia. Un hombre que no mantiene relaciones sexuales desde hace, digamos, una semana dará un número mayor de espermatozoides en el recuento si su mujer ha estado fuera en viaje de negocios que si ésta se ha quedado en casa con gripe. Porque lo que cuenta es si la mujer ha tenido posibilidad de estar con otros. La pareja enviará sus espermatozoides como un ejército dispuesto a competir con los de otros varones.
Influye también el dimorfismo sexual, la diferencia entre el tamaño medio del cuerpo del hombre y el de la mujer. Un dimorfismo sexual extremado es característico de las especies poligínicas, en las que un macho puede dejar embarazadas a varias hembras y hacer que otros machos queden sin descendencia. Los machos vencedores se aseguran la victoria peleando con otros machos o intimidándolos. En el ser humano, el hombre es alrededor de un 15% mayor que la mujer, lo bastante para indicar que el que el hombre, lo mismo que la mujer, se salga de la monogamia no es simplemente una invención cultural reciente.
La antropología proporciona más pruebas de esto. Casi 1.000 de las 1.154 sociedades humanas tanto del pasado como del presente que se han estudiado alguna vez han permitido al hombre tener más de una mujer.
Hay pocos ejemplos de poliandria (cuando una mujer monopoliza el contacto sexual Con más de un hombre al mismo tiempo) de modo que el que pare hombre tiene una inclinación mucho más marcada a hacerse con una segunda o tercera pareja.
Numerosos estudios confirman que la mujer discrimina más por naturaleza. Un especialista en psicología evolucionista hizo una encuesta sobre el nivel mínimo de inteligencia que les resultaría aceptable en una persona con la que estuvieran dispuestos a mantener relaciones sexuales. Las mujeres dijeron: muy por, encima de la media. Los hombres dijeron: muy por debajo de la media.
A principios de los setenta los biólogos George Williams y Robert Trivers atribuyeron la incontenible libido del macho a su indíce potencial de reproducción casi infinito.
Para la mujer, más relaciones sexuales no significan más descendencia. ¿No deberían fijarse más en la calidad que en la cantidad: buscar una pareja lista y fuerte cuyos genes permitan esperar descendencia lista y fuerte? Existen numerosas pruebas de que la mujer se siente atraída por esas características, pero en nuestra especie, los genes no son lo único que puede ofrecer un macho. A diferencia de nuestros parientes simios más cercanos, somos una especie con una elevada dedicación paterna. En todas las culturas conocidas de cazadores y recolectores, el matrimonio -aunque sea, de formas diversas- es la norma y por medio de esta institución los varones contribuyen a satisfacer las necesidades de sus hijos.
Por tanto, en nuestra especie, como mejor se aumenta el legado genético de una, hembra es con una pareja que tenga dos cosas: buenos genes y mucha dedicación. ¿Qué ocurre si no puede en contrar un hombre que tenga las dos cosas? Una solución puede ser engañar a una pareja leal, generosa y quizás rica, pero no especialmente fuerte o inteligente, para que críe a la descendencia de otro varón. Un estudio demostró que las mujeres que engañan a sus parejas tienden a ha cerlo cuando. están ovulando, cuando tienen más posibilidades de quedar embarazadas.
Engañar durante el periodo estéril del ciclo menstrual puede tener su propia lógica, ser una forma inconsciente de manejar al amante. La mujer obtiene bienes o servicios de éste a cambio de su conquista infructuosa.
Los amantes múltiples tienen también otras utilidades. La antropóloga Sarah Blaffer Hrdy ha elaborado la teoría de que las mujeres copulan con más de un hombre para dar a varios la impresión de que pueden ser padres de un hijo en concreto. De esta forma, es de esperar que traten al niño con amabilidad. Su teoría se inspira en los monos langur, cuyo macho a veces mata a crías engendradas por otro como preludio, del apareamiento con la madre.
Si alguien se siente tentado a condenar la moral del langur, debería fijarse primero en que el infanticidio por motivo de infidelidad ha resultado aceptable en diversas sociedades. Por tanto, en el entorno ancestral, los beneficios derivados para una mujer de tener múltiples amantes podían ir desde salvar la vida de sus hijos hasta que los defendieran o invirtieran en ellos.
La utilidad desde el punto de vista genético de tener dos padres comprometidos con el bienestar de un niño parece ser el principal motivo para que hombres y mujeres se enamoren. El amor romántico no es una invención antinatural de la cultura occidental. Los antropólogos han descubierto que el amor entre hombre y mujer es una característica humana universal.
La dedicación paterna a los hijos hace que la tendencia a la poligamia sea contraria a los intereses reproductivos de su mujer. Su búsqueda de una nueva mujer puede hacer que retire o, por lo menos, disminuya la inversión en los hijos de su primera mujer. Esta redistribución de recursos puede, en conjunto, ayudar a los genes de él, pero no a los de ella.
El legado viviente de estos conflictos genéticos de largo plazo son los celos. Los celos del varón deberían centrarse en la infidelidad sexual, ya que amenaza a sus genes, y A las mujeres debería preocuparles más la emocional, que distrae su atención hacia los hijos. David Buss, especialista en psicología evolucionista ha confirmado esta predicción. Colocó electrodos a hombres y mujeres y comprobó que a los hombres les alteraba sobremanera imaginar la infidelidad sexual de su pareja; mientras que las mujeres se ponían más nerviosas imaginando la infidelidad emocional de sus maridos.
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