Chapatún y factor X
De la guerra estival del bonito, que ha dado mucho juego ("sólo un hervor, gatita") en las rudas tertulias playeras, nos queda la conquista, racial y frescachona como un zapateado, de ese traste al que pronto llamaremos, a la pata la llana, el chapatún. El chapatún: un distintivo de fervor marino, un pin prehistórico, un estandarte con denominación de origen, una insignia de color verdiazul (¡y pensar que hasta pudo ser turquesa!), en fin, un trozo de latón sabrosón... Para que distingamos a remo y vela, con el imán o con los ojos, que sólo ese bonito abanderado es ecológico de veras, pues ha muerto de forma tradicional. Y saber distinguir entre lo placentero de ciertos adioses y lo angustioso de algunas despedidas es dato decisivo hoy día para adentrarse en el consumo y paladeo de cualquier tajada mortal. Es decir, que, a partir del otoño, aun si llegara éste en formato de gota fría, el chapatún va a permitirnos hacer una elección harto cómoda entre lo fenecido por persuasión y lo despanzurrado a mala leche. ¿Verdad que no esperábamos tantísimos destellos de los últimos coletazos socialdemócratas? A partir de este instante privilegiado, máxime si miramos hacia Goma o La Habana, la culpa será sólo de quien dude, por finisecular masoquismo, entre el chapatún y la nada, entre el arpón ufano de nuestros mayores y el vergonzante volantín de nuestros enemigos seculares.Cuando la tradición, bonita y barata, decae como argumento tertuliano, ya las amas de casa, que aumentan con el paro y con las vacaciones, dirán que no es tan fácil llegar a decidirse a la hora de abordar la colada. Pues resulta que Ariel y Skip, héroes de nuestro tiempo, andan también en plena guerra sucia por uno dejar caer que es el que lava más blanco. Skip jura: "Soy yo". Ariel, en realidad, lo reconoce, si bien añade: "Pero hace agujeros en la ropa". Skip, cabreado, le pone una querella a Ariel. (Ésto se anima, como Anguita con Guerra). Mas luego Skip se raja, retira la querella (¡allá Ariel!) y queda como blanco, dudoso de todas las sospechas costumbristas, que, dicho sea de paso, por aquí son legión, venden bien y, para colmo, están de vuelta. ¡Qué carrerón! Hasta que alguna madre infeliz comprenda, por boca de su hijo -estudiante de cuarto de Derecho y, a la par, ¿pasa algo?, seguidor sesteante de Alejandra-, comprenda y palpe, digo, para así degustarlo mejor, que toda plenitud depende estrechamente del vacío, ¿sabes?, igual que el cuerpo seco del cuerpo húmedo, por más que a Bono, ya lo sé, no termine de entrarle en la mollera.
Luego ("yo me voy a la cama, que ha venido un fresquito que da gusto"), ellos hablan de ellas. No de esa pobre que se ha largado sin esperanza alguna de chapatún en polvo para la ropa sucia, ni de la valerosa escritora que aterriza en Estocolmo sin por ello tener que recibir el chapatún del premio Nobel, como tampoco de esa peruana ilustre que abandona el palacio presidencial por no querer ser menos dictatorial que su marido. Se habla de lo que ahora más se habla: de top models, de perchas y percheronas. ¿Qué tienen ellas, deseadas y recortables, que no tengan las otras doncellas? La belleza ecológica, de acuerdo. Pero las célebres, a manera de chapatún o plusvalía, tienen otrosí el factor X. Así llaman los expertos en moda a lo que los poetas populares llamaban duende. Claudia Schiffer, Cindy Crawford ("cielito lindo, junto a tu boca") o Carla Bruni poseen el factor X, el "no sé qué" que es básico en toda buena estrella de papel.
Estas chicas bellísimas, ricas y famosas, son atacadas estos días por avispones desmitificadores: que sin maquillaje se quedan en poquita cosa, que si están vacías por dentro ("hijo mío, vuélvemelo a explicar"), que si abusan de drogas y almohadas cervicales, que si son chupacirios paganas, que si lucen sosonas y ni parecen de carne y hueso... Envidias. Pamplinas. Sus admiradores, que han percibido el factor X como chapatún en bonito, de sobra saben ya que lo que se desea casi nunca se encama.
No deben de pensar los mismo esos adolescentes que ahora salen del chiringuito de al lado cantando con voz de trueno: "Ay, métela / ay, métela muy rápidamente, / la bombona del butano, / que necesito agüita caliente..." Mientras tanto, el novio de la Schiffer va a enderezar la torre de Pisa.
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