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Kigali, año cero

La capital de Ruanda carece de casi todo, pero hay seguridad y el Gobierno insiste en que los refugiados vuelvan

Enric González

ENVIADO ESPECIAL Kigali es una ciudad victoriosa y misérrima. No hay agua corriente ni electricidad, pero tampoco hay miedo. Ni apenas gente. La población no llega a un tercio de la que había hace un año, y así como antes todos intentaban hacerse pasar por hutus, ahora todo el mundo ha redescubierto un antepasado tutsi. En ningún punto de la ruta entre Goma y Kigali, ni en la propia capital, se pueden encontrar indicios de las supuestas represalias que tanto atemorizan a los refugiados en Zaire, Tanzania o Burundi, y el nuevo Gobierno reitera una y otra vez que los refugiados pueden volver tranquilamente. "Sólo se castigará a los responsables del genocidio", explica un portavoz.

"El Frente Patriótico Ruandés (FPR) es un Ejército formado en la clandestinidad y en la guerrilla, y no tiene ninguna experiencia en la gestión de un país. Eso se les nota mucho", afirma Alain Maton, un doctor belga de Médicos Sin Fronteras que, junto con su hermano gemelo Philippe, ha permanecido en Kigali durante toda la guerra. "Pero el país está pacificiado y vuelve poco a poco a la normalidad", agrega.

La reciente guerra civil está presente en todas partes. No sólo en los edificios destruidos o saqueados, en las infraestructuras saboteadas o en la escasez de combustible, sino en el propio hospital Rey Faisal, el mastodóntico centro sanitario donado a Ruanda por el Gobierno saudí en el que trabaja Maton. En la segunda planta hay una puerta que los médicos no pueden abrir. Tras ella se hacinan 90 hombres y una mujer, ex trabajadores o ex pacientes del hospital, detenidos por el FPR.

Gente desfigurada

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El Rey Faisal es el único hospital de Kigali (hay otro de la Cruz Roja, pero está a punto de cerrar) y está gestionado por Médicos sin Fronteras. Los 450 pacientes son similares a los que se puede ver por toda Ruanda: huérfanos, hombres mutilados, gente desfigurada por el garrote y el machete, mujeres de parto y muchos deshidratados. "Ya no se muere nadie de hambre, pero la malnutrición va a ser pronto un problema muy serio. No tenemos otra cosa que galletas de la ayuda internacional", dice Ese Pykekh, pediatra holandesa.

El mercado central de Kigali no está mal abastecido. Hay muchos productos, pero poco dinero para adquirirlos: los precios se han multiplicado por tres en sólo seis semanas. "Esta ciudad no es lo que era, y nunca volverá a serlo", suspira Colette Bisumhavi, administrativa de 40 años, actualmente en paro. Colette, de etnia hutu, pertenecía a la oposición política y tuvo que permanecer dos semanas oculta huyendo de las milicias extremistas hutus. Su marido también sobrevivió a las matanzas, pero cayó casi todo el resto de la familia: dos hermanos, dos cuñadas, cinco sobrinos.

El marido de Colette era encargado de La Limonadería, uno de los establecimientos más populares de la ciudad. Tenía 200 empleados. El 20 de julio, tras la victoria del FPR, se puso a buscar uno a uno a los miembros de la plantilla para reabrir el bar. Según sus pesquisas, de los 200, sólo 60 seguían vivos. Y sólo 18 en el interior de Ruanda. "El personal es casi todo nuevo", ex plica, "gente que ni siquiera conocía Kigali y ha llegado de provincias. Empezamos de cero".

"Es cierto que empezamos de cero", reconoce Faustin Kamuye, protavoz del Ministerio de la Reconstrucción, "pero empezamos al menos sin la tiranía y el racismo del régimen anterior. "Hemos invitado a todas las organizaciones que defienden los derechos humanos, como Amnistía Internacional, a que vengan a Ruanda para denunciar cualquier abuso", asegura.

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