Eficacia interior
LA IMPRESIÓN de que alguien intenta torpedear la reforma emprendida en el Ministerio del Interior no sólo la tiene la secretaria de Estado, Margarita Robles. Desde que comenzaron los ceses y la renovación del organigrama del departamento se han, multiplicado los comentarios más o menos anónimos y más o menos malintencionados tendentes a contraponer esas reformas a la exigencia de eficacia en la lucha antiterrorista. Desde luego, en un terreno tan delicado como la seguridad, el criterio de eficacia implica el de prudencia para evitar vacíos peligrosos. Sin embargo, el deterioro orgánico y la desmoralización personal que puso de relieve el escándalo Roldán eran tan profundos que, incluso por criterios estrictos de eficacia, la reforma se convirtió en lo más urgente.Acabar con la utilización incontrolada de los fondos reservados y eliminar vicios como el obstruccionismo policial a las investigaciones judiciales -sobre malos tratos, por ejemplo- se convirtieron en objetivos centrales de esa reforma. Alcanzarlos exigía la depuración de los funcionarios responsables de la perversa dinámica anterior y vencer las resistencias de quienes se habían acomodado a ella y vivían o viven medrando en esta inercia. Esos sectores son el origen de las maledicencias -algunas de marcado carácter machista- que han alimentado desde hace semanas la desconfianza en la eficacia del nuevo equipo.
Es posible que éste haya cometido errores (incluso de bisoñez), pero el compromiso que ha adquirido merece un margen de confianza. De entrada, es bastante discutible ese criterio que cifra la eficacia antiterrorista en el número de detenciones aunque la falta de pruebas obligue luego a los jueces a dejar en libertad a los detenidos. Y tan importante como detener comandos es impedirla reproducción generacional de ETA, evitando situaciones que alimentan la espiral de la venganza: torturas, los GAL en su día, etcétera.
La sospecha implícita en la nota difundida por la Secretaría de Estado de Interior es que son los mismos que en su día impulsaron o toleraron el reparto incontrolado de los fondos reservados los que ahora han filtrado la noticia sobre la supuesta utilización de esos fondos para pagar sobresueldos a algunos policías franceses. Si la sospecha fuera cierta, los filtradores no sólo perseguirían un efecto autoexculpatorio -señalando un fin oculto pero noble para los fondos-, sino el de hacer real su denuncia de ineficacia. No podían ignorar, en efecto, que nada perjudicaría tanto la lucha antiterrorista como la ruptura del buen entendimiento con las autoridades francesas, y que éstas no podían dejar de reaccionar contra la idea de que un Estado extranjero paga bajo cuerda a sus policías. Poner en peligro la lucha contra el terrorismo por despecho o rencor personal es una mezquindad y una vileza. Si es cierto lo. que muchos sospechan, estamos ante un caso de inaudita deslealtad al Estado por parte de alguien que juró servirle.
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