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'La saga I fuga gallega'

Juan Cruz

-¿Y por qué escriben tan bien los gallegos, Torrente?El autor de La saga / fuga de JB se llevó una mano al oído, apartó el pitillo que de vez en cuando le deja consumir Fernanda, su mujer, retiró de su regazo al séptimo nieto, Rodrigo, comprobó que dos de sus 11 hijos seguían en la mesa mojando pan en la salsa de chipirones, le guiñó un ojo a su vecino, el novelista Carlos Casares, y dijo, dirigiéndose esta vez a Miguel Viqueira, escritor bilingüe hispano-portugués que compartía mesa con toda aquella saga gallega:

-El oído. Es cuestión del oído.

Gonzalo Torrente Ballester escribió por rabia Los gozos y las sombras y como una apuesta La saga l fuga de JB. Todo lo ha hecho con el oído gallego y con la lengua española, a la que le ha dado el vigor que ya fueron construyendo antepasados magistrales, como Valle, la gran música del español. En Irlanda, de ser irlandés, tendrían los libros de Torrente -este libro último, La saga / fuga, en concreto, el más extraño, el más extraordinario- hasta en los escaparates de las carnicerías, como tienen allí el Ulises de Joyce. Pero en España, y en Galicia, no se conmemora el genio sino el barniz.

Todos los veranos, en La Ramallosa, cerca de Bayona, en Pontevedra, el escritor recibe visitas contadas pero permanentes; la del editor y novelista Casares, el mejor narrador oral que ha dado España después de Alvaro Cunqueiro, es la más habitual, porque además vive al lado. Las largas tertulias que mantienen los dos son famosas en Galicia, y su fama ya trasciende los límites de las leyendas. Un día va a surcar la Península una fábula extraordinaria inventada por ellos en sus sobremesas y se va a paralizar el país de credulidad y de asombro.

Tienen un personaje que les nutre como nadie, don Juan de la Coba, un gallego de fin de siglo que se inventó una lengua, recibió falsos homenajes internacionales e iba al abogado para que le curara sus conflictos con la imaginación. Como ambos creen en las brujas, porque las hay, narran con la seriedad de los bufetes lo que en otras lenguas parecería una broma. Ese día en que estuvimos con ellos -el 3 de agosto, precisamente cuando se cumplían 23 años desde que Torrente terminara de escribir en Los Prados Cubillos, El Escorial, La saga l fuga de JB- rindieron cumplido homenaje a mucha gente, pero el más notorio fue el que recibió Cunqueiro, del que hablan ellos y los gallegos como si su presencia con bastón no se hubiera mitigado jamás.

Cunqueiro, como todo el mundo sabe, llevó sus fábulas a todos los ámbitos de su actividad personal y profesional, y, entre tantas cosas que inventó, una vez se inventó también un premio internacional -el premio Mark Twain- que debía recoger en Estados Unidos con una subvención oficial, que en efecto obtuvo; como el premio no existía, se supo al fin que iodo había sido inventado por él; por ello fue separado de su trabajo oficial en Madrid y, encerrado en Mondoñedo, no tuvo más remedio que convertirse, acaso, en el mejor escritor español de su tiempo; gracias a personajes como Torrente y Casares, entre tantos otros, y gracias a dos césares -su hijo César, claro, y César Antonio Molina, que ha antologizado con paciencia galaica todo lo que Cunqueiro dejó disperso-, por citar sólo a un reducidísimo grupo de devotos cunqueiristas cuya lista daría ahora para un volumen telefónico.

En esa atmósfera de rememoración y también de disparate literario, de erudición y de tráfico benigno del conocimiento transcurren esas tertulias, infinitas en la que tuvimos la suerte de caer esta semana; una cosa sorprendente, en un mundo como el nuestro; en esas conversas se habla de la obra de los otros y se hace con una generosidad que debe habitar en este país gallego como parte de una conducta y de una apuesta: conscientes de que viven en un país inmensamente literario, dejan crecer lo que está alrededor y lo estimulan.

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