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LA GUERRA DEL BONITO

"A nosotros, el ministro ni caso"

Unos 40 barcos boniteros taponan la entrada al puerto de Santander

Javier Moreno

Niebla, a puñados, lo que tampoco es extraño en el puerto de Santander, un día cualquiera a las cinco y media de la mañana. Esa era la hora a la que ayer se hacía a la mar la bonitera Siempre María Yolanda. A bordo, su patrón, cinco marineros, dos periodistas y un objetivo: cerrar a cal y canto el primer puerto de Cantabria. Como habría de decir más tarde uno de los pescadores de otro de los barcos venidos desde las localidades pesqueras cercanas, "aquí no pasa ni el yate de Botín".El barco del presidente del Banco Santander no apareció, claro, pero eso no le importó a nadie. La estrategia, difundida de embarcación en embarcación por los transmisores de radio, era impedir la entrada de la decena de mercantes que diariamente pueden atracar en la capital cántabra, y, sobre todo, la del Jerry procedente del puerto inglés de Plymouth, con 1.750 pasajeros a bordo.

En la batalla. contra el Gobierno español para que se muestre firme frente a los pescadores franceses, los boniteros del Norte sabían que era fundamental que el ferry no pasase.

Y vaya que no pasó. A las siete de la mañana, el Siempre María Yolanda ya estaba fondeado en el centro del canal de acceso al puerto, frente al Palacio de la Magdalena., Barcos de Colindres, de San Vicente dé la Barquera se amarran a su vera. Ya son 10, 20. Más barcos, de Bermeo, Guetaria, Orio. Cuarenta, cincuenta. "Ya verás en cuanto se abra la niebla", dice el patrón, Fernando, de 47 años, "debe haber por lo menos- 60". No se equivoca. Suficientes, en cualquier caso, para taponar el kilómetro escaso que mide el canal en ese punto.

La conversación de los marineros, que se han ido agrupando en las embarcaciones centrales, va subiendo de tono. El patrón, serio, continúa en el puente atento a las maniobras y al transmisor. "Los franceses se movilizan para todo", se quejan los pescadores, "pero a nosotros, el ministro, ni caso". Pero no es el ministro francés de Pesca lo que más envidian. Lo que de verdad les gustaría tener es una Marina como la de Francia.

"Sus patrulleras les apoyan siempre; las nuestras nunca sabes para quién están; si para ellos o para nosotros", dice. Haciéndose eco de su queja, de entre la niebla ' entre la flota y La Magdalena, aparece una patrullera de la Guardia Civil. Son las siete y media. Se mueve lentamente, manteniendo la distancia. "No hará nada", pronostica el patrón; "esperará a ver qué pasa".

A las nueve menos cuarto se oye un pitido, sordo, alejado aún' entre una bruma que se resiste a desaparecer. "¡El ferry!". La marea, que ha comenzado a bajar ha dado la vuelta a los barcos. La proa enfila ahora el puerto y la popa, mar abierto. Todo el mundo corre hacia popa. "Sí, pita, pita", le espetan, "que no pasarás".

El efecto más visible del pitido apenas tarda cinco minutos en materializarse, bajo la forma de pareja de la Guardia Civil. Del mar y en lancha Zodiac, pero pareja de la Guardia Civil. Todo el mundo de nuevo a proa, corriendo. Desde abajo -las proas quedan bastante altas respecto al nivel del mar y las Zodiac no tienen altura- se entabla un diálogo cuanto menos curioso. Simpático, incluso.

Los dos guardias civiles, jóvenes, sonrientes, preguntan: "¿Vais a dejar pasar a los barcos que quieren entrar?". Risas desde arriba. Alguien hace un esfuerzo, se contiene, y contesta a grito pelado: "No, a ninguno". Las respuestas obvias tienen sus ventajas. "Bueno contestan los guardias, dan media vuelta y se marchan. Ahora le toca al ferry decidir: arriesgarse a entrar o recular cabizbajo.

La niebla casi se ha levantado del todo. Así que muchos pesqueros venidos de otros puertos del Cantábrico, que esperaban fuera por no conocer bien la zona, comienzan a entrar. Las ondas de radio de los transmisores se pueblan de voces hablando en vasco. Los refuerzos levantan aún más la moral. "Viene mucho barco por la popa", atronan las radios. De repente, dos golpes de efecto cambian el panorama de raíz.

Tres fragatas, anuncian los transmisores, han salido del Ferrol y se dirigen a Santander a toda marcha. Pero lo verdaderamente importante, lo que moviliza a los casi 500 pescadores que bloquean el puerto, es que la inmensa mole del ferry ha surgido de entre los jirones de niebla que aún quedan y, lentamente, se perfilan en el hueco que queda entre la masa principal de pesqueros fondeados y La Magdalena. "Atención, atención, que intenta pasar". Los transmidores, de barco en barco, alertan al personal.

Alguien toma espontáneamente el mando. Hay que ganar la batalla. Se ordena a los barcos que aún no han fondeado que cubran los huecos y que corten el paso. Los pesqueros, rápidos, ganan la mano en pocos minutos. El ferry detiene su avance, pesado, con su millar largo de pasajeros a bordo.

Han triunfado. Apenas media hora más tarde, los responsables del ferry decidirán que no quieren problemas, desistirán de entrar en Santander y pondrán rumbo a un puerto francés -"Bayona, se van a Bayona", se oye por los transmisores-.

Lo de después ya no cuenta. Ni que la patruillera de la Guardia Civil volviese a filmar detalladamente a los barcos y sus tripulantes, o a fotografiarlos, que no se distinguía muy bien -"vamos a llevar más fotos que el día de la boda"-; ni la certeza de que el conflicto se perfila largo; ni el calor que ya aprieta, ni nada.

Porque se juegan la supervivencia. Hay que parar a los franceses, que están esquilmando los bancos. "Ahora ya tenemos que recorrer hasta 900 millas para encontrar pescado", dice el patrón del Siempre María Yolanda, "cuando antes lo teníamos aquí mismo

Novecientas millas significa plantarse casi en las Azores. Y contra eso, se deciden por cerrar el puerto de Santander,. Preferirían tener al Gobierno y a la Marina de su parte. No los tienen, pero están dispuestos a todo y no parece que vayan a ceder ni un milímetro por ello.

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