Trampa mortal en la frontera de Zaire
Zaire ha cerrado su frontera con Ruanda y ha convertido en una trampa mortal la estrecha franja de terreno donde se agolpan cientos de miles de refugiados ruandeses que primero huyeron de una muerte a machetazos y ahora quieren escapar a la agonía del cólera. Haciendo caso omiso del llamamiento de las Naciones Unidas para que los ruandeses que aún no han sido contaminados por la terrible enfermedad vuelvan a su país, el Gobierno de Mobutu Sesé Seko ha cerrado a cal y canto el paso que comunica Goma con Gisenyi.El desastre puede multiplicarse, y esa certeza no es más que un pálido consuelo. Porque la mayor catástrofe ya ha estallado, ya está aquí. Lo malo de las cifras es que acaban enmascarando todo: dos millones de ruandeses vagan por los caminos o agonizan en los campos de refugiados levantados en el noroeste de Zaire, junto a las contaminadas aguas del lago Kivu. La epidemia de cólera se ha cobrado ya 7.000 vidas. Las organizaciones humanitarias se miran las manos, impotentes, y reclaman una ayuda que cada día de demora causa nuevas muertes: "Todo es cada hora un poco peor". Falta agua, comida, medicinas y, sobre todo, manos.
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Tropas de Mobutu bloquean a miles de refugiados
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Las tropas zaireñas del presidente Mobutu Sesé Seko han convertido en una trampa mortal la frontera de su país con Ruanda. Con la excusa de que los campos están minados, impiden el regreso de los refugiados.
Por la mañana, recorrer cualquiera de las carreteras que par ten de Goma es adentrarse en un interminable cementerio a cielo abierto: las filas de cadáveres piadosamente acostados a la orilla del camino no se pueden contar. En apenas cinco kilómetros son más de 500. Y lo peor siempre queda por venir el campo de Munigi, donde la gente se extingue sobre un pedregal de lava en un silencio atroz, o el orfelinato de Nyundo, dónde la doctora y cuatro enfermeras tratan de que no se mueran 4.000 niños.
"No podemos detener la epidemia porque no hay gente ni medios para hacerlo", dice el portavoz del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), ante un desastre humanitario que supera todo lo conocido, que va camino de dejar atrás Biafra o Somalia.
Esto es Ruanda, Zaire, el corazón de África, donde a la miseria endémica se suman ahora millones de refugiados que duermen a la intemperie, sin agua ni comida, que agonizan en medio de terribles padecimientos causados por la malaria, la disentería y una epidemia de cólera que no ha hecho más que comenzar y que ya ha podido causar 7.000 muertes en apenas cuatro días.
El campo de Munigi se levanta a cinco kilómetros al norte de Goma, la pequeña villa turística zaireña que de punto de partida para visitar el lago Kivu (donde se rodó La reina de África) y el parque de los gorilas virunga ha pasado a formar parte de la historia universal del sufrimiento y de la infamia.
Estercolero humano
Judy Casprew, una doctora de Médicos Sin Fronteras, hace lo mismo que sus compañeros en medio de las ocho tiendas levantadas para acoger a los más enfermos: tratar de separar a los muertos de los vivos. Pero todo el campo es un gran estercolero humano.
La epidemia de cólera ha hecho que muchos refugiados emprendieran de nuevo el camino hacia otra parte, lo que aquí equivale a ninguna, porque no tienen adónde ir. Vagan por los caminos, campos y carreteras sin rumbo fijo, y son decenas y decenas de miles, en hileras de miles de kilómetros. Van sorteando a los muertos acostados, apenas cubiertos con una manta sucia o envueltos en la estera donde conciliaron el último sueño.
Arrastran atados de leña arrancada a machetazos de los árboles que sobreviven en los campos, o grandes bidones sucios. Muchos no pueden con su alma, y se les ve agonizar, deshidratados, con los ojos fijos. La vida huye a manos llenas. Pero apenas se escucha un gemido. Y no se acercan a pedir nada. Su fatalismo es parte de su experiencia vital. De un desastre a otro, y sin esperanza alguna de que nada mejore.
Como Joannes Dufashewnamungu, de 23 años, que ha perdido a sus cinco hermanos y a sus padres y ha recorrido 420 kilómetros a pie. "No encuentro el medio de volver. Pero tengo miedo del FPR". Se refiere al mayoritariamente tutsi Frente Patriótico Ruandés, que tras la victoria en la guerra civil ha creado un nuevo Gobierno presidido por un hutu moderado. Las intenciones del ACNUR de facilitar el regreso de los refugiados se encuentran con tres obstáculos: el Gobierno zaireño mantiene cerrada la frontera con Ruanda, no disponen de medios para facilitar el retorno y el propio temor de los casi tres millones de refugiados, en su mayoría hutus, de volver a casa.
Las autoridades francesas han rechazado en principio la solicitud del ACNUR para que permanezcan más allá del 22 de agosto en Ruanda, hasta que se organice algún otro tipo de presencia internacional. ACNUR teme que su salida agrave aún más la situación.
Los observadores internacionales instalados en Goma han denunciado que las autoridades zaireñas tratan de aprovecharse de la situación y exigen el pago de hasta 3.000 dólares (unas 400.000 pesetas) en concepto de tasas de aeropuerto, por cada avión que aterriza con ayuda humanitaria en Goma.
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