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La Luna

Hace ahora 25 años los saltitos más bien torpes de dos hombres sobre una superficie polvorienta emocionaron al mundo. En el blanco y negro propio de las televisiones de la época, el cielo era negro y el suelo blanco, como los trajes de los astronautas, buzos tecnológicos cuyas escafandras no permitían distinguir si estaban asustados o felices. Por primera vez en la historia de la humanidad, sus componentes ponían pie sobre la superficie de un astro distinto al que vio nacer la vida, primero, y la vida inteligente, después.Existía, en aquellos tiempos, un notable apoyo a la exploración del espacio, entonces en sus balbuceos, y una favorable actitud en la opinión pública. Ese aliento, y mucha suerte, permitieron que, al primer intento, se saldara con éxito una empresa excitante, desde luego, pero más compleja que cualquier otra de las emprendidas hasta entonces. Todavía hoy resulta asombroso que los dos viajes tripulados de ida y vuelta a la Luna se resolvieran sin mayores incidentes.

Pero el impulso esperado tras esa hazaña no se produjo. Factores como el coste creciente de las expediciones, la tragedia del Challenger, la preponderancia de los aspectos militares y la desaparición de su carácter competitivo, con la posterior desaparición de la URSS, contribuyeron a que ese impulso inicial se fuera debilitando. Hace 25 años no hubiéramos sospechado, por ejemplo, que, en todo el tiempo transcurrido desde entonces, no se iba a volver a la Luna.

Entre sondas no tripuladas y los desembarcos humanos se ha explorado apenas un 15% de la superficie lunar y no se han resuelto algunas cuestiones básicas; por ejemplo, si la Luna tuvo un origen independiente a partir de la nube protoestelar de la que nació el Sol y todo su cortejo de planetas, o bien se desprendió de la Tierra en algún episodio cataclísmico de sus primeros tiempos. Lo que sí quedó claro es que nuestro satélite es completamente estéril, no hay el menor indicio de vida, y mucho menos de hombrecillos con trompetas en la cabeza o cualquier otra versión de ET.

La exploración del espacio ha discurrido por derroteros distintos a los imaginados en aquellos días. Se han lanzado numerosas sondas espaciales, cada vez más sofisticadas, siguiendo, a veces, trayectorias de endiablada complejidad, que han observado de cerca la práctica totalidad de los planetas. Los grandes proyectos tripulados parecen estancados, mientras que asistimos al inicio de una nueva etapa en lo que a sondas espaciales se refiere. Una nueva generación de naves más pequeñas, por tanto más fáciles de maniobrar y menos costosas, explorarán desde Mercurio a Plutón, pasando por el resto de los planetas, los cometas y los asteroides.

Pero la Luna, 25 años más tarde, vuelve a ser objeto de interés. La Agencia Europea del Espacio está planeando un programa de largo alcance cuyo primer paso sería una sonda que aterrizaría (o más propiamente alunizaría) en un plazo de seis o siete años para estudiar las posibilidades de extraer oxígeno del suelo lunar con vistas a futuras misiones tripuladas, así como de realizar observaciones astronómicas. Se trata del viejo sueño de instalar telescopios y radiotelescopios en un astro cuyo cielo, al carecer de atmósfera, es óptimo, todavía mejor que el de Canarias, por poner un ejemplo, y está libre, al menos en su cara oculta, de las interferencias de radio presentes en la Tierra. A esta primera sonda seguirían otras, hasta realizar una detallada exploración del satélite y culminar en una base habitada permanentemente hacia el año 2020. Un ambicioso proyecto, una empresa visionaria, que merece la pena emprender. No es desde luego la única; otras, sobre nuestra castigada Tierra, requieren de nuestros recursos y nuestra imaginación. Pero qué duda cabe que cualquier mentalidad curiosa sentirá el vértigo intelectual y la pasión por la exploración espacial.

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