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Algunas emociones, algunas dulzuras

El hilo de AriadnaEnrique Vargas. Compañía y técnicos colombianos. Casa de América, palacio de Linares (paseo de Recoletos, 2). Sesiones de mañana y noche. 8 de junio.

La base es el laberinto de las ferias de mi infancia: el de espejos, o el de los túneles, que podían ser el del terror o el del amor. Pero, convertido en arte, ¿es teatro? He dejado de saber, poco a poco, lo que es teatro: si es texto, aquí apena! lo hay en palabras; si es una comunidad de espectadores, tampoco: se pasa de uno en uno, se enfrenta solo con el laberinto y sus tentadoras, tentadores. Si es participación, quizá nunca participe uno tanto. ¿El espectador? Mira poco, en la oscuridad, la penumbra o los objetos iluminados. Olfatea, siente el tacto -de personas, de hierbas o materiales especiales-, oye sonidos -el mar, la música-; hay cinco sentidos, hasta el del gusto en un té ligeramente insípido, demasiado cocido; pero en comunidad y en silencio.

A fin de cuentas, termino por creer que teatro es todo aquello que ponga debajo de su título una de las palabras correspondientes, o se proclame teatro, y esto lo hace y tiene un autor, que estaba un poco inseguro de lo que podía pasar, a la puerta del laberinto. Con sus colaboradoras, cariñosas y atentas. Están en el palacio de Linares, convertido en Casa de las Américas, lugar propicio para el laberinto: el palacio "de los dos hermanos", que decían cuando yo era niño, por un incesto que hubo; el del Altavoz del Frente -¿o era el de la Milicia de la Cultura?-, donde se celebraban exposiciones de guerra; el de las películas de Berlanga y, finalmente, el de las psicofonías, o grabaciones de voces fantasmales: una niña que decía: "Yo no tengo mamá", con voz de ultratumba, y unas fotos de figuras pálidas. La niña psicofónica me la recordó una prodigiosa que aparece dentro de un marco y juega; lo atravesé tras esta Alicia -me dijo que se llamaba Ronda- y conversé con ella en su suite infantil (de mujer-niña): sobre Teseo, Parsifae, Zeus ("me ha parecido verle por aquí") y Europa. La de verdad: la que se enamoró del gran toro.

Angustia y olvido

Las emociones: están ahí. Hay a veces una angustia, un trauma del nacimiento al pasar por estrechos túneles uterinos y caer desde una rampa; o una sensación de perdición, de olvido. O una manera de recuperar aliento. "Nos tendrán contados", me tranquilicé yo, creyéndome olvidado alguna vez. Tuve amor por la que supuse Ariadna, con la que toqué al piano unas notas de Mozart; y el tacto de su piel. Tuve duda de otras pieles -¿hombre?, ¿mujer?-; aunque, naturalmente, el anciano a gatas que representé -el rol- durante unos momentos ha pasado ya por tanto real que estas emociones fingidas siempre se le elaboran de una manera intelectual: a través de muchos velos. Pero un brazo de mujer, un aroma de menta y unas notas de flauta o de piano siempre son verdad.

Las emociones físicas son más pesadas para el anciano señor. Otros espectadores son más puros, están más enteros, o más vivos. Y, en último caso, son más participantes. En todo caso, había una suavidad reinante hasta para mí, un ejercicio que termina con la relajación después de la aventura.

Quizá me pase al encontrar una dulzura, un cariño intelectual de origen americano, que hace mucho tiempo que me falta; de un cierto poso colombiano que me sé por García Márquez. Colombia está haciendo un esfuerzo muy grande en el mundo -y ahora, en Madrid- para que equilibremos las presiones informativas del cartel de Medellín o de la suerte de los niños descalzos. No nos olvidamos: son también nuestras víctimas. Somos una parte de su cultura, lo son ellos de la nuestra; y somos todos parte del mal y del bien. No nos olvidamos del daño que sufren, pero recibimos plenamente la flor olorosa de cultura que nos envían. Y hasta hay muchas personas capaces de percibirlo sólo por Botero...

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