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Los haitianos dudan de que el embargo impuesto por la ONU acabe con la dictadura militar

Viene de la primera página

Tres ancianitos con camisas estampadas reciben al visitante al son de tambores junto a un cartel que reza: "Bienvenidos a Haití. Oficina de. Turismo". Su actuación es breve. En cuanto el último pasajero cruza el umbral del aeropuerto de Puerto Príncipe, desaparecen a la velocidad del rayo. Los ridículos esfuerzos del Gobierno haitiano por dar una apariencia de normalidad a la vida del país son inútiles. Sin embargo, en la calle impera el escepticismo sobre la eficacia del embargo para derribar la dictadura.

Al cruzar la aduana, una marea de niños, conductores e improvisados guías se abalanza sobre el recién llegado. Es el comienzo de una incursión en un país donde lo único que está vivo es el instinto de supervivencia.

Puerto Príncipe se ha convertido en un mercado ambulante. Desde las colinas del barrio residencial de Petion-Ville a los soportales de colores del centro de la ciudad, miles de puestos de zapatos usados, cocos, carbón o pinas se entremezclan con montañas de basura.

Obreros, pequeños empleados, amas de casa, se han convertido en improvisados vendedores ambulantes. El primer embargo internacional contra el régimen militar, decretado el pasado mes de noviembre después de que Cédras incumpliera los acuerdos de isla del Gobernador firmados el pasado mes de julio, por los que debía traspasar el poder al legítimo presidente, Jean Bertrand Aristide, ha obligado al cierre de la mayor parte de las empresas y negocios del país y ha disparado un mercado negro del que vive buena parte de la población.

No falta de nada, ni alimentos ni gasolina. Pero los precios se han multiplicado por cinco. La actividad más boyante, sin duda, es la venta de gasolina. El primer bloqueo, destinado a dejar al país sin aprovisionamiento de combustible, no ha servido de mucho por el contrabando a gran escala a través de la frontera con la República Dominicana.

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Las estaciones de Texaco están cerradas, pero por toda la ciudad hay puestecillos donde se apilan las botellas de plástico de un galón (unos cuatro litros y medio). "La gasolina nos la vende Joaquín Balaguer [el presidente dominicano]", dice Jean Louis, un taxista que al sonreír enseña un diente de oro. "Me gusta Balaguer".

Gasolina abundante

Decenas de camiones cargados con bidones, recién llegados desde Santo Domingo, se alinean en el bulevar La Saline, cerca del puerto. Pierre, que antes del embargo se dedicaba a lavar coches, ha instalado allí su garito, uno más entre centenares. Provistos con largos embudos de metal hechos a base de latas de aceite vegetal estadounidenses, los vendedores vuelcan el combustible en los depósitos de los coches a una velocidad inusitada. Pierre consigue los galones por 16 gourdes haitianos (unos cinco dólares estadounidenses) y no los vende por menos de 20.

De esta forma, los vehículos siguen circulando por la ciudad como si nada pasara, sobre todo en Petion-Ville, donde los todoterreno y los autos de importación entran y salen de las lujosas residencias a todas horas.

El encarecimiento de la gasolina ha disparado los precios de los demás productos. "Puerto Príncipe no produce nada. Todas las verduras, la fruta o la carne vienen del interior y se venden muy caras", se queja Felix Guerier, que trabajaba en una fábrica de ensamblaje que cerró hace cinco meses. "Un pollo vale 20 gourdes y antes costaba tres", explica. Los billetes de los abigarrados autobuses han pasado de cinco a 25 gourdes. Felix no tiene trabajo.

"Yo no se qué quiere Clinton. Habla y habla pero nunca toma una decisión. No deseamos una invasión, sino una salida política añade Felix.

El reforzamiento del embargo impuesto por el Consejo de Seguridad que entró ayer en vigor prohíbe todo tipo de comercio hacia este país caribeño, con excepción de alimentos, medicinas, libros, periódicos y gas propano para cocinar.

Las presiones internacionales no han avivado la reacción popular contra el régimen. Todo lo contrario. La lucha por la supervivencia derivada del embargo y el terror impuesto por las bandas de attachés (matones al servicio de Cédras), han logrado que los haitianos esquiven cualquier implicación política.

"Estamos igual que en la época de Duvalier. Podemos oír y ver, pero nunca hablar. De lo contrario...". Miguel, estudiante de electricidad, se pasa un dedo por el gaznate. "El endurecimiento del bloqueo nos va a matar a todos, menos a los militares. La población seguirá pagando mientras ellos manejan billetes gringos, se dedican al narcotráfico y no tienen problemas".

Por lo demás, Cédras ya se encargó de desafiar a las Naciones Unidas con el nombramiento, la semana pasada, de un presidente títere, el anciano Emile Jonassaint, hasta ahora cabeza del Tribunal Supremo, y con la intensificación de su campaña de terror contra los opositores.

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