La eternidad de Balaguer
EL MUNDO cambia, las superpotencias desaparecen, numerosas dictaduras caen de uno a otro continente, en América Latina se consolidan procesos democráticos que un día parecieron en precario, naciones en crisis, se ponen en pie. Sólo Balaguer permanece.Todo se conjura para que la República Dominicana, con un 85% de negros y mestizos, siga teniendo, como en toda su historia anterior, un presidente blanco, Joaquín Balaguer. Y en esta ocasión parece que el volumen de trampa electoral ha subido de grado respecto a sospechas y aun denuncias precedentes con tal de impedir el acceso a la primera magistratura del país de un candidato negro, José Francisco Peña, líder del partido socialdemócrata. Parecía que se iba. a producir el relevo que se añora más que nada por el sentido común.
Balaguer no es en absoluto un monstruo sanguinario, en modo alguno un tirano, apenas funcionalmente autoritario, y, sin duda, un alivio. con respecto a épocas pasadas como la cruel dictadura de Trujillo. A sus 87 años, prácticamente ciego, presidente de su país desde su primera elección en 1966 -con sólo el paréntesis-de 1978-1986, cuando gobernó la oposición socialdemócrata-, está dispuesto a morir con la banda presidencial en su pechera. Inaugura monumentos, preside un país somnoliento y siempre menesteroso, cuyos hijos emigran a donde pueden, en primer lugar a Estados Unidos, pero también a España, donde el racismo se ha ensañado a menudo con ellos, hasta el extremo de cobrarse la vida de Lucrecia Pérez.
El cambio que no llega a la República Dominicana. pasaría por muchas coordenadas de la vida del país, desde la psicológico-nacional hasta los aspectos más materiales de lucha contra la oligarquía y el la trocinio generalizados. Aterrada por la proximidad racial del país vecino, el Haití de color negro intenso, la minoría blanca dominicana ha conseguido convencer al menos a buena parte de la opinión de que el suyo no es un país básicamente de color, sino que es algo parecido a una extrapolación de la conquista y poblamiento español en el Caribe -es dificil ganarle a Balaguer, ese descendiente de catalanes, a patriota hispánico-, y de que cuantas menos innovaciones haya mejor será para todos, de que la estabilidad política y el orden son preferibles a cualquier insidiosa modernización. Como paralelismos en la historia re ciente viene a la memoria, quizá, el régimen del doctor Salazar en Portugal, donde equilibrar el presupuesto, como se hacía antes de Keynes, era más importante que electrificar el campo. El anquilosamiento como razón de Estado.
La oposición, que encabeza el Partido Revolucionario Dominicano de Peña, ha pedido, recuentos valios, denunciando con gran verosimilitud irregularidades extendidas, timos más que fraudes por la crudeza de los procedimientos, como desapariciones del censo y la ingeniería de las urnas que haga falta. De poco habrá de servir todo ello. El anciano presidente cree que debe seguir gobernando como si nada hubiera pasado.,
¿O sí ha pasado algo? La opinión se halla más inquieta que nunca, la tomadura de pelo electoral ha sido tan descarada que el Ejército ha tenido que tomar posiciones en la capital. Por añadidura, cuando soplan vientos de inestabilidad para la dictadura militar haitiana y crece la presión norteamericana para la reposición del presidente legítimo, Jean-Bertrand Aristide, es verosímil que Balaguer se tiente la ropa y quiera reforzar, su posición cori lo que tiene más a mano: el Ejército.
La era de Balaguer tiene que tocar a su fin, aunque sólo sea por las leyes, inmutables de la biología, mucho menos apelables que las de la política. Pero quizá el cambio planetario en que vivimos debiera echarle una mano al cursonatural de las cosas.
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