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Un dinosaurio del poder político

El hombre que ha movido los hilos de. la política dominicana durante cinco décadas parece ahora un abuelito tierno, de esos que llevan a sus nietos al parque para dar de comer a las palomas.Pero Joaquín Balaguer no tiene nietos, no ha sido tierno y las únicas mujeres conocidas en su vida han sido sus hermanas, sobre todo doña Emma, consejera y primera dama, que falleció el 12 de octubre de 1992, el mismo día en que Balaguer iba a ver cumplido uno de sus sueños: la inauguración del Faro de Colón, que preside Santo Domingo y que se ha convertido en el símbolo faraónico no ya del Descubrimiento sino del caudillismo ejercido en sus dos décadas como jefe de la República.

Balaguer, nieto de catalán, nació en 1906 en la norteña provincia de Santiago y estudió Derecho en Santo Domingo y París. Su ascenso al poder político vino de la mano del dictador Rafael Trujillo a quien sirvió como colchón intelectual desde 1930. Con Trujillo saboreó por primera vez la presidencia. Tras el asesinato del dictador, en 1961, tuvo que huir a Nueva York, pero el camino de regreso le fue abierto cómodamente cuatro años más tarde por el Ejército dominicano y EE UU, que depusieron al Gobierno legítimo de otro dinosaurio político, el progresista Juan Bosch.

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Las elecciones celebradas en 1966 le dieron la presidencia y ahí empezó la auténtica era de Balaguer, que se ha prolongado hasta hoy con un paréntesis de ocho años (de 1978 a 1986) en que el poder pasó a manos de la oposición.

El traje trujillista

Desde el comienzo Balaguer supo desprenderse del traje trujillista e inició un modelo de Gobierno en el que mezcló los modos paternalistas con la represión feroz no sólo de las fuerzas de izquierda, que por aquellos años empezaban a aglutinarse en un Incipiente movimiento guerrillero, sino de cualquier oposición que oliera, en su opinión, a marxismo. Con la misma mano que fustigaba a sus adversarios practicaba el delicado arte de la literatura. Entre los 15 títulos publicados, tiene incluso unos Apuntes para una historia prosódica de la métrica castellana.En Balaguer se han combinado una aguda inteligencia, una gran habilidad política y el convencimiento de estar predestinado para regir la historia de los dominicanos. Fernando Álvarez Bogaert, en su día mano derecha de don Joaquín y ahora candidato a la vicepresidencia con el opositor José Francisco Peña, compara el Gobierno de Balaguer con el régimen feudal. "Administra el país como una hacienda", dice.

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Balaguer ha querido construir un país con sus propios esquemas como ha hecho con su partido. El balance económico y social no es demasiado alentador: el 60% de la población vive por debajo de los umbrales de pobreza, el paro afecta al 25% de la población activa, no hay Seguridad Social ni tampoco se han creado infraestructuras productivas potentes. Sin embargo, las escasas carreteras, los acueductos o una simple escuelita están coronados con un cartel que recuerda que su existencia se debe al presidente.

En cierta forma, la figura de Balaguer está por encima del bien y del mal. Son sus colaboradores, a ojos populares, los que se enriquecen, los que consiguen las prebendas y las concesiones de obras públicas. Bajo, su tutela, dice el historiador Frank Moya, los dominicanos (un 85% de los cuales son mulatos y negros) han aprendido a creer que son blancos, españoles y católicos.

A sus 87 años, a Joaquín Balaguer le cuesta trabajo mantenerse en pie, está ciego y acaba de ser operado de flebitis. El poder ha sido la esencia de su vida y a pesar de su estado ha desarrollado una agotadora campaña electoral, inaugurando obras públicas por todo el país. Pese a su estado logró mediante pactos y maniobras permanecer en el poder en 1978 y en 1990 sin haber ganado las elecciones.

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