El porqué de todo esto
Es lógico que en un momento de conmoción colectiva tan profundo, con escandalosos casos de corrupción en el meollo mismo de dos instituciones como el Banco de España y la Guardia Civil, se nos exija que demos la cara. Ni el partido socialista ni nadie está totalmente a cubierto de eventualidades como éstas, pero nosotros somos la principal fuerza de gobierno y tenemos que dar la cara más que nadie, o sea, decir lo que sabemos, explicar por qué no sabemos lo que deberíamos saber y, en definitiva, dejar bien evidentes nuestros logros, nuestros límites, nuestras certidumbres, nuestros interrogantes, nuestros legítimos orgullos y nuestros pesares. Esto es, a mi entender, dar la cara.Pero dar la cara significa también plantar cara, es decir, no situarse sistemáticamente a la defensiva, no ceder ante cualquier provocación, no plegarse a los chantajes y no callar cuando se pueda y se deba hablar. En definitiva, todos sabemos cuáles son los intereses que se están moviendo en forma de acosos y presiones y no tenemos por qué estar a remolque de ellos.
Dicho esto, dar la cara significa contestar las preguntas que tanta gente se hace. Y la primera de todas es cómo es posible que hayan ocurrido estos casos de corrupción y que nos hayan cogido desprevenidos. ¿Faltaban instrumentos legales, por ejemplo? Es posible, pero la verdad es que desde el punto de vista legal las medidas ya tomadas son importantes, y no hay muchos países que tengan tantos controles legales como nosotros sobre las actividades y los patrimonios de los cargos políticos. Pero es evidente que, como se ha demostrado, estos controles pueden ser burlados y por consiguiente hay que reforzarlos. Esto es lo que se ha intentado hacer en las últimas semanas con cierta contundencia.
Pero ésta es una parte de la cuestión, y las ciudadanas y los ciudadanos se hacen otras preguntas. Por ejemplo, se preguntan si ha habido pasividad o falta de reflejos por parte del Gobierno y del partido socialista. Yo creo que la respuesta es que sí, que nos han faltado reflejos, pero esto no significa ni connivencia, ni impulso, ni aceptación de lo que ha ocurrido. Y digo que la respuesta es que sí por algunas razones profundas que raramente se tienen en consideración.
Una de estas razones es lo que yo llamaría el síndrome de interinidad del socialismo en España. Me refiero con ello a la sensación, muy extendida entre los dirigentes del partido y del Gobierno, de estar ocupando interinamente un espacio que la derecha ha considerado siempre suyo, como su espacio exclusivo e intocable. Que la derecha española pensaba y piensa esto es evidente. Pero en el interior del PSOE esto condujo a una concepción muy defensiva, porque se entendía que la derecha jamás aceptaría ni perdonaría la victoria socialista, y, dado que tardaría tiempo en recuperar el poder por la vía democrática, iba a hacer todo lo posible por derrotar al PSOE por otras vías, entre ellas el acoso personal y las acusaciones generalizadas de corrupción. A los pocos meses de la toma de posesión del primer Gobierno socialista de la historia de España ya se empezó a hablar del llamado escándalo Flick, y aquello confirmó todos los temores. Por eso, cuando se denunció el caso de Juan Guerra la primera reacción fue la de cerrar filas, porque se pensó que ya iban directamente a por la cabeza del Gobierno y del partido. Lo que ha venido después confirma que, en efecto, ésta es la línea de ataque principal de la derecha, pero el partido socialista, demasiado encerrado en su síndrome de interinidad, quizá no ha tenido todos los reflejos necesarios para reaccionar con rapidez y contundencia cuando las acusaciones han empezado a resultar verdaderas.
Más todavía. Cuando el PSOE se convirtió en 1982 en el primer partido de izquierda que gobernaba en solitario en toda la historia de España heredó casi intacto el aparato político-administrativo del régimen anterior. Cierto que la Constitución, la puesta en marcha de los primeros estatutos de autonomía y algunas de las principales reformas realizadas por los Gobiernos de la UCD empezaban a definir un nuevo marco, pero lo esencial provenía del pasado.Pese a ello, el objetivo político del PSOE fue claro desde el primer momento: recuperar el enorme retraso de nuestro país en muchas cosas fundamentales y prepararlo para enfrentarse con los retos del futuro inmediato -especialmente con los de la integración europea-. Esto quería decir crear lo más rápidamente posible un Estado del bienestar equiparable al que ya tenían los países de nuestro entorno, desarrollar un amplio programa de modernización de nuestras infraestructuras, sanear nuestra economía en crisis y atraer un ahorro extranjero que compensase la escasez de nuestro ahorro interior. El resultado está a la vista: han sido años de crecimiento económico acelerado y de grandes cambios sociales, en los que se han movido ingentes masas monetarias y en las que el partido socialista -al igual que otros partidos, pero con mucha mayor dimensión- ha tenido que tomar muchas decisiones que significaban grandes inversiones y grandes desplazamientos de capital. Todo ello -insisto- con un aparato político-administrativo heredado del pasado, con una sociedad civil casi deshecha y, en todo caso, poco articulada, en la que quedaban grandes rescoldos de la vieja cultura política del clientelismo y de la influencia personal, y con un personal político al frente de todo ello nuevo y, en su inmensa mayoría, carente de experiencia.
A toro pasado es fácil decir que quizá se tenía que haber empezado reformando de arriba abajo este aparato, pero los plazos eran cortos y perentorios, y, aunque se emprendieron reformas importantes, el acento principal se puso en otras soluciones, como la de poner al frente del aparato a personas comprometidas con el proyecto político global. Es decir, se intentó superar las insuficiencias o la rigidez extrema de los mecanismos administrativos con el voluntarismo y la confianza personal, lo cual era una apuesta por la fidelidad al ideal y al compromiso político. Pero también era un riesgo en aquellas zonas del aparato estatal en las que mayores espacios de penumbra se podían producir y donde mayor era también la continuidad de las estructuras y hasta de las personas.
Esto es especialmente importante porque el único mecanismo de acción con que ha contado. el partido socialista para cambiar el país ha sido, precisamente, este aparato de Estado, un aparato que no sólo era difícil de manejar en las nuevas circunstancias, sino que ha ido perdiendo fuerza operativa con el desarrollo de las autonomías, en el plano interno, y con la atribución creciente de competencias a la Unión Europea, en el externo. De hecho, este aparato del Estado se ha ido convirtiendo cada vez más en un poder entre muchos otros, nacionales e internacio-
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El porqué de todo esto
Viene de la página anteriornales, públicos y privados, entre ellos, naturalmente, muchos medios de comunicación.
Creo que éstas son algunas de las raíces de lo que ha venido después, con su grandeza y sus errores, y, desde luego, de los errores que ahora se pagan. El voluntarismo quizá permitió superar las rigideces de un control administrativo anticuado, pero con voluntarismo sólo no se puede funcionar tanto tiempo. Además, el voluntarismo y la confianza personal dejan demasiados huecos cuando están en juego tantos cambios económicos y dejan demasiados espacios libres para que el que decide traicionar la confianza lo pueda hacer amparándose en ella, como se ha visto de manera tan dramática en el caso Roldán.
Por eso creo que lo ocurrido en estos días es realmente un cambio fundamental. El PSOE no sólo ha emprendido seriamente una lucha a fondo contra la corrupción, no sólo ha tomado medidas legales contundentes, sino que debe salir definitivamente de su síndrome de interinidad y enfrentarse con voluntad clara, y aunque lo haga con cierto desorden, al gran desafío del momento: pasar del voluntarismo y de la relación de confianza al control reglado y a la justificación constante de la propia confianza con mecanismos más objetivos. De la capacidad de todos nosotros de afrontar esta nueva fase dependerán mucha s cosas y, entre ellas, un determinado futuro de nuestro país.
Esta voluntad es especialmente importante, porque es cierto que en momentos de crisis es necesario asegurar la mayor estabilidad política posible, y hoy la estabilidad está amenazada sin que exista ninguna alternativa que asegure más estabilidad. Éste es un tema muy serio, porque cuando el PP e Izquierda Unida repiten una y otra vez que la única solución es que dimita Felipe González tenemos que llegar a la conclusión de que lo que les interesa no es dar más estabilidad al país o consolidar los signos evidentes de recuperación económica, sino quitarse de delante el único obstáculo que les cierra, a los unos (el PP), el camino del poder y, a los otros (IU), la posible y problemática ampliación de su espacio político. Su actitud es legítima, pero podemos y debemos decir que lo que les interesa no es poner en primer plano la lucha contra la corrupción, sino el uso de la corrupción como arma política; que lo que desean no es conseguir mayor estabilidad y acortar la crisis, sino lo contrario, porque con ello aumenta su capacidad de presión y se debilita más al adversario, es decir, al Gobierno y al partido socialista con la vista puesta en las próximas elecciones. Éstos son los términos de la batalla política en curso.
Algunos puntos débiles del pasado, hasta ahora no percibidos y ni siquiera sospechados, han aflorado en forma de escándalos. Pero ni éstos pueden invalidar lo hecho ni pueden ser utilizados impunemente por los adversarios para robar lo que, al cabo, es el único capital de la inmensa mayoría de los militantes: su dedicación sincera a una gran tarea colectiva, sus aciertos y hasta sus errores. Por eso hay que seguir dando la cara.
es diputado por el PSC-PSOE.
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