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A proposito de Azaña

La figura de Azaña ha recobrado actualidad de la mano del libro de Jiménez Losantos a propósito de la última etapa de la vida del estadista republicano en el exilio francés.Y siempre es motivo de satisfacción que una personalidad histórica de la categoría humana e intelectual de Azaña sea objeto de atención por parte de las fuerzas vivas del país. Lo que sucede es, que, una vez más, este emblemático personaje está siendo víctima de una manipulación nauseabunda.

Y la cosa empieza por el uso indebido que la derecha está haciendo de Azaña, aunque, contrariamente a lo que pueda pensarse, no es la más directa responsable. Porque, para que la derecha pueda hacer ahora una apropiación indebida de su figura, ha resultado imprescindible que el PSOE se hubiese desprendido de los mejores valores que este ilustre republicano encarnaba.

Recuerdo que, cuando estaban a punto de celebrarse las elecciones del 82, Juan Marichal, en un excelente artículo publicado en las páginas de este periódico, manifestó que los que se consideraban herederos del liberalismo y del republicanismo español deberían votar al PSOE porque este partido había sabido asumir tan preciado legado.

Entre las diversas aportaciones que nos dejó la República, hay una que es la más olvidada de todas: la honestidad, tanto en la defensa coherente de unos ideales cuanto en la honradez en la cosa pública. Y Azaña es quizás el más ilustre exponente de ambas cosas.

Sin embargo, la trayectoria de los distintos Gobiernos socialistas no ha sido precisamente un buen ejemplo de coherencia ni tampoco de honorabilidad en algo tan sagrado como es el dinero público.

La lección del último Azaña es, al respecto, de una claridad meridiana.

Marichal, en su libro sobre Azaña, advierte que al eminente estadista no se le puede incluir entre aquellos intelectuales que, una vez comenzada la guerra, se desentendieron de lo que pasaba en España lavándose las manos, después de haber contribuido a inculcar unos ideales por los que muchos soldados morían en el campo de batalla.

Al mismo tiempo, Azaña muere en un modesto hotel, cuyos gastos sufragaba la Embajada de México, sin disponer en los últimos momentos de su vida de ninguna fortuna considerable.

Sería francamente difícil pensar que este comportamiento pudiera ser repetible en la España de hoy, donde los escándalos financieros y las promesas incumplidas salpican e inundan la mayor parte de la actualidad política.

Y es precisamente aquí donde radica el quid de la cuestión: el PSOE, después de haberse desprendido de ese maravilloso tesoro que es el de la honestidad, después de haber dilapidado lo que históricamente había labrado, se ha quedado vacío a la hora de apelar al legado que fue el bien más preciado de los políticos republicanos: la integridad.

Y, tras este vacío, la derecha se abre hueco para reivindicar a un hombre que con su actitud pone en evidencia a un Partido Socialista que se ha emponzoñado con la corrupción.

Pero la derecha hace también una apropiación indebida de la figura de Azaña: porque no reconoce la actitud cerril que mantuvo hacia un hombre que representaba en España la modernidad y el talento, valores que siempre combatió, aunque, como la Iglesia, nunca reconocerá tal cosa.

Lo mejor que se puede hacer con Azaña es conocerlo, en su obra política y literaria. Pero es indignante que se sigan aprovechando de él, que continúen haciendo una apropiación indebida de un hombre que se moriría de asco ante una política corrupta y que se moriría de risa -amarga, seguramente- ante una derecha que, sin haber analizado sus errores históricos, pretenda apropiárselo, porque el PSOE, con su imperdonable amnesia, se lo pone en bandeja. Como el propio don Manuel diría, el espectáculo que ofrecen unos y otros con su persona constituye "un insulto a la inteligencia" y un "asquito"

es autor del libro Azaña o el sueño de la razón.

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