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Apariencias

Antonio Elorza

Falsa objetividad de las imágenes. Manuel Campo Vidal advirtió a los telespectadores de Antena 3 sobre el horror que contenían las imágenes hasta ahora inéditas sobre el fin del fascismo italiano. Eran cuatro filmaciones: la salida de los alemanes de Milán (atacados por la gente), la bazofia de los soldados americanos dada a los habitantes hambrientos de Lucca (miseria del pueblo en la invasión aliada), trato brutal dado a los cadáveres de Mussolini y sus acompañantes en Milán (barbarie popular) y fusilamiento de un jovencísimo fascista por los americanos (martirio de la juventud fiel al Duce). Presentados así, con la transmisión de significados que incluimos entre paréntesis, no son nuevos testimonios sobre la guerra en Italia, sino un alegato contra la doble agresión, de los aliados y los partisanos, asociando siniestramente sufrimiento popular y derrota del fascismo. Toda la acción anterior de Mussolini y sus seguidores resulta elidida. El otro martirio, el del pueblo resistente, también. No era un documento válido para valorar la guerra mundial, sino un signo de los nuevos tiempos, en que el fascismo va logrando una readmisión en el Gobierno y en la estima política de los italianos. Una falsificación, ideológicamente determinada, a partir de imágenes reales. A veces no hay que leer sólo lo que se muestra, sino lo que deliberadamente se oculta. Esta exigencia resulta perfectamente aplicable a la lectura de los recientes acontecimientos políticos en España. Escenas y comportamientos en apariencia diáfanos, ofrecen fondos mucho más opacos. Así, la cascada de justicieros que demandan moralidad pública, no faltan ciudadanos que han practicado a fondo lo contrario de lo que predican, a la sombra del poder, un poco al modo de esos colaboradores del fascismo que conjuraban pasadas responsabilidades golpeando a los alemanes en fuga, según la hipótesis de Campo Vidal. Tampoco resulta muy fiable, en ese mismo sentido, la pretensión actual del partido de gobierno de encabezar la cruzada anticorrupción. Aunque la espectacularidad de los gestos lleve a engaño, hubo un punto de acuerdo entre el feroz acusador Hernández Moltó y el doliente Rubio (y entre ambos y lo que Solchaga declaró a Iñaki Gabilondo horas antes): la política del Banco de España debe salir inmaculada del caso, relegando las responsabilidades al ámbito de lo privado. Aquí ya se verá lo que pasa, pero desde luego se incumple la prescripción de Montesquieu, de que los delitos privados, en democracia, se convierten en crímenes públicos. Una vez deslindadas ambas esferas no cabría reprochar al Gobierno -a González, a Solchaga, a Croissier, o a los tres juntos más que su ingenuidad y buena fe. Rubio prestó un buen servicio proclamando la separación. Moltó no le rectificó, pudiendo hacerlo.Sobre esa base ha podido montar Felipe González su huida de toda responsabilidad efectiva. Porque no se trataba de que hiciera suya la culpa (no del nombramiento ni de la confianza, sino de la falta de investigación desde el estallido de Ibercorp), y sí de que identificara al o a los responsables. Sin duda éstos han existido, pero González ha obrado como el árbitro que, ante un penalty, se niega a pitarlo y propone en cambio endurecer el reglamento. Aspecto éste necesario, pero también lo era el examen eludido de la corrupción registrada. No en vano la palabra clave de su referencia al tema fue "ocultamiento" (luego reaparecerá como verbo, con la misma intención en el discurso de Roca). Para él, los casos de corrupción ocultaban lo esencial: la buena marcha de la economía tras la crisis. En realidad, el ocultamiento era todo suyo. La única responsabilidad asumida en el debate por el presidente consistió en aceptar el riesgo de una quiebra de la confianza social en las instituciones con tal de mantenerse en el poder.

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