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Tribuna
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El sistema

¿Puede reciclarse la basura en votos? La pregunta queda pendiente tras este agotador debate sobre el estado de la nación en el que han vuelto a brillar las navajas, las voces se han astillado en gritos y hasta la clase política ha llegado el vapor de la indignación popular. El sistema, ese pacto entre las fuerzas socialmente representadas, tal vez no pueda permitirse ilimitadamente este ejercicio de coprofagia política en el que crecen las trufas informativas más perfumadas de la transición. La corrupción es el envés de una trama en la que sus nudos pueden convertirse en corredizos en el cuello de un sistema que no puede permitirse el lujo de seguir ocultando la basura bajo la alfombra.El partido socialista sale del debate parcialmente desarbolado y con fuego en el castillo de popa. Felipe González anunció borrón y cuenta nueva en la madrugada de su última victoria electoral y se apresuró a convertir a Carlos Solchaga en heredero universal del Programa 2.000. Ante la mirada rencorosa y paciente de Alfonso Guerra, González y Solchaga salen braceando y sin aliento de un debate que ha podido ser su tumba política. Pero mientras hay vida hay esperanza.

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Batería de resoluciones para atajar la corrupción

El Partido Popular ha recobrado su pulso acelerado, febril, de campaña, tras la decepción del pasado año. Aznar, que siente la proximidad el poder jaleado por una generación que se siente más libre y competente que la anterior -que sin embargo hizo la transición- corre el riesgo de cometer el mismo error en el que incurrió en la última campaña electoral: mover demasiado el escenario, sin calcular que su entusiasmo desestabilizaba a sectores sociales que destestan la crispación, el revanchismo y la inseguridad. Desde los bancos populares del Congreso se ha levantado un aire de fronda que si no se lleva por delante a los socialistas en un plazo breve se puede llevar por delante a su líder en un plazo medio. Su decisión, su tenacidad, es la de las fuerzas que sienten el viento en las velas.

En el rumbo contrario, Izquierda Unida sigue dando testimonio -en la palabra rotunda y redonda de Julio Anguita- de que su reino no es de este mundo procaz de corrupciones y transacciones. Sus intervenciones son condescendientes con la mendacidad socialista y formalmente altivas con la ferocidad conservadora. Su problema, político, es que nadie les escucha.

La periferia nacional se sienta con más aplomo que nunca en el fiel de una balanza que inclinan onzas presupuestarias y promesas políticas. Los nacionalistas vascos y catalanes salen del debate más fuertes de lo que entraron, pese a su inevitable imagen de socorristas interesados.

El problema real es el efecto devastador de la corrupción en la confianza ciudadana en la democracia, que como la bomba de neutrones -que mata a los hombres respetando los edificios- deja en pie las instituciones, pero aniquila las ideas. La depuración de responsabilidades políticas queda pendiente mas allá de las numerosas y complejas resoluciones aprobadas en este debate.

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