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LA GRAN NOCHE DEL SÉPTIMO ARTE

Una espera de 20 años

La reticencia de la Academia ha forzado a Spielberg a revolucionar la industria del cine

Antonio Caño

Los críticos se lamentan de que Steven Spielberg haya esperado casi veinte años para realizar una película de la estatura de La lista de Schindler. Hollywood piensa lo contrario, y es muy posible que Hollywood tenga razón. Porque si, cuando le dieron la oportunidad de su primer largometraje de presupuesto millonario, siendo todavía un jovenzuelo con el rostro lleno de espinillas, Spielberg hubiera rodado Schindler en lugar de Tiburón, probablemente la industria del cine hubiera perdido la mayor mina de oro de la historia, y, lo que es peor, una generación entera de espectadores habría crecido sin la revolución estética que Spielberg ha supuesto dentro y fuera del cine.Después de filmar Schindler, Spielberg no sabe qué hacer. Pero sí está seguro de que ya no será capaz de volver a hacer el cine que le dio fama durante dos décadas. Es lógico. Seguramente es muy dilficil realizar Encuentros en la tercera fase, En busca del arca perdida , E. T. o Parque Jurásico después de haber hecho Schindler, porque una película como ésta impone una línea a seguir.

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Hasta sus más acérrimos adversarios reconocen que la llegada de Spielberg al cine fue un soplo de aire fresco en una industria que palidecía en profundas reflexiones sobre sus propias carencias. Al reconciliar al espectador con la aventura, la emoción y el entretenimiento sin más, Steven Spielberg impuso algo más que un estilo de cine, impuso casi un estilo de vida, una moda que trascendió a la música, la forma de vestir o de hablar de millones de personas en el mundo, especialmente los más jóvenes, para los que Spielberg constituye el Cecil B. de Mille contemporáneo. Igual que los jóvenes de los cicuenta imaginaron el mundo en tecnicolor y panavisión, los de los setenta y los ochenta lo imaginaron con efectos especiales.

Aparentemente, el doloroso parto de Schindler ha dejado a Spielberg vacío de lo que era su principal riqueza: ideas. En una entrevista concedida al semanario The New Yorker, Spielberg expone su vida como una frenética búsqueda de ideas, una búsqueda que comienza en las mañanas leyendo las etiquetas de su paquete de cereales. En esa cualidad de producir ideas creyeron los productores que le dieron la oportunidad de realizar Tiburón, pese al fracaso de la que, en realidad, fue su primera película, The Sugarland Express. Tendría que esperar a Duel para dispararse hacia el triunfo.

Nacido en el seno de una familia acomodada hace ahora 46 años, Steven Spielberg no tuvo más problemas en su infancia que imponer su liderazago como judío en un colegio mayoritariamente de gentiles. Ganó su primer millón de dólares, y su segundo, su tercero, su cuarto y su quinto, en 1975, con sólo 27 años, por su trabajo en Tiburón. Desde entonces ha ido incrementando su fortuna de forma geo métrica hasta cantidades de las que dan ejemplo los 75 millones de dólares ganados en los dos últimos años.

Spielberg admite que en el rodaje de las dos últimas cintas de la serie de Indiana Jones el móvil fue el de ganar dinero, pero asegura que ése no ha sido el objetivo principal de su carrera. El objetivo principal de su carrera es su carrera misma, el placer de hacer cine, la obsesión "por la magia de sacar ideas de la imaginación y plasmarlas a tres dimensiones".

"Mi deseo de hacer a la gente feliz comenzó en mi infancia", explica en una entrevista. "Cuando tenía ocho años me gustaba montar espectáculos de marionetas. Hice mi primera película para los boys scouts y tuve un gran éxito. Quizá si hubiera tenido éxito con una película en la que me hubieran elogiado el ángulo de la cámara y todas esas cosas, mi cine hubiera sido diferente. O si hubiera hecho una historia sobre las dificultades de una pareja y su conflicto interior, hubiera sido Martin Scorsese. Pero no, hice una película para los boys scouts, y les gustó. Y a mí también me gustó conseguir eso".

Spielberg se siente en la obligación de justificar permanentemente su cine anterior. Habla de él casi con vergüenza. Es como si, después de Schindler, todo lo de antes hubiera sido producto de un director menor. Pero no lo es. No es despreciable, por poner un ejemplo, haber creado el extraterrestre más maravilloso y entrañable que la imaginación pudiera producir, y convertirlo en la película más rentable de toda la historia de la cinematografia.

Pero hoy Spielberg no lo ve así. Hoy Spielberg cuenta con cierta amargura que durante anos se sintió esclavo del cine comercial, muy inferior frente a sus ídolos -Alfred Hitchcock y Orson Welles- y un poco acomplejado frente a sus actuales companeros. A ello contribuyó, sin duda, el fracaso de sus películas serias, El color púrpura especialmente. Spielberg recuerda ahora que los críticos le reprochaban sus incursiones en el cine serio y le condenaban permanentemente a lo que se llamó "el cine de Spielberg".

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