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La prensa y Whitewater

Los medios de comunicación de Estados Unidos se preguntan sobre su papel en el escándalo

Antonio Caño

Un reportaje favorable en el principal informativo de la cadena de televisión ABC, un artículo autocrítico en The Washington Post, una crónica en The New York Times sobre el abismo entre las preocupaciones de los periodistas de Washington y las de los norteamericanos de a pie... Los medios de comunicación de EE UU, duramente criticados por el Gobierno en los últimos días, han comenzado a preguntarse: ¿no estaremos yendo demasiado lejos en esto del escándalo Whitewater?El momento crítico en el comportamiento de la prensa se produjo el pasado viernes, cuando todos presenciaron cómo temblaba la Bolsa de Nueva York en medio de rumores puestos en circulación por un comentarista de radio ultrapopulista y derechista sobre la posibilidad de que Bill Clinton presentara la dimisión después de comprobarse que Vincent Foster, el funcionario de la Casa Blanca que fue encontrado muerto el pasado mes de julio, no se había suicidado, sino que había sido asesinado.

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La portavoz de la presidencia, Dee Dee Myers, llamó entonces a la reflexión a los medios de comunicación de prestigio y los exhortó a frenar la escalada de rumores sobre el Whitewater. Esa misma noche, el informativo de Peter Jennings, el más seguido de la televisión, emitió un extenso reportaje que desmentía uno por uno, utilizando fotos exclusivas de los investigadores, todos los rumores sobre la muerte de Foster. En meses anteriores, dos medios conservadores, uno de extraordinario prestigio, The Wall Street Journal, y otro de carácter sensacionalista, The Washington Times, se habían hecho eco de las dudas sobre la muerte de Foster, y el primero de ellos llegó incluso a presentar ante un juez una demanda para obligar a las autoridades a facilitarle los datos de la investigación sobre ese suicidio.

Desde que Whitewater ocupa las primeras páginas, decenas de periodistas, emulando la gesta de Bob Woodward y Carl Bernstein, alentados por medios con gran tradición de trabajo sin restricciones a la libertad de expresión, se han lanzado tras las confusas pistas que conducen hacia el presidente en busca de la gran bomba noticiosa.

Gracias a ese esfuerzo de la prensa, iniciado por The New York Times durante la campaña electoral de 1992, el Gobierno tuvo que nombrar a un investigador especial y Bill Clinton tuvo que entregar sus archivos sobre Whitewater. Pero el empuje periodístico no se detuvo ahí. Cada titular sensacionalista en un diario incitaba a otro más sensacionalista aún y menos demostrado todavía (Hillary manda destruir los papeles de Whitewater: Clinton, atrapado en Whitewater: La horripilante historia de los archivos de Foster, entre otros), en un escalada que en la última semana llegó a darle al conflicto proporciones realmente preocupantes.

El principal maestro vivo del periodismo norteamericano, Walter Cronkite, cree que la cobertura que se ha dado al Whitewater es exagerada, porque las coincidencias entre este caso y el Watergate son mínimas.

En el mismo artículo de The Washington Post, un especialista en el trabajo de comunicación de la Universidad de Harvard, Marvin Kalb, considera: "Sin ninguna evidencia legal significativa que relacione al presidente con alguna actividad criminal, todo el mundo en la prensa se ha subido a un tren que están conduciendo todavía sin destino conocido".

La relación entre Clinton y la prensa como institución, representada por el cuerpo de corresponsales en la Casa Blanca, nunca ha sido muy buena. Afortunadamente para él, en este episodio del Whitewater los hechos parecen darle la razón en cuanto a la escasa influencia real de los grandes santones de la información. La popularidad de Clinton ha bajado entre seis y siete puntos, según las encuestas, pero The New York Times mandó un enviado especial a Lakewood (Ohio), un pueblo como otros cientos de la América profunda, y comprobó que allí nadie habla de Whitewater y algunos creen que es el nombre de unas cataratas.

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