Nació griega
Pasará a la historia más por su temperamento que por su talento o fortuna como actriz. Nunca en domingo, la película de su marido, Jules Dassin, la hizo mundialmente famosa, así como la canción Los niños del Pireo, que por un largo tiempo se tarareó en todos los puertos. Su auténtico estrellato lo alcanzó cuando, al producirse el golpe militar que asoló Grecia en 1967, descubrió en el exilio su mejor papel: el de resistente. Años más tarde abandonaría la canción, así como el cine, para convertirse en la gran dama del Gobierno de su país.Pasa a la página 31
"Nací griega"
Viene de la primera páginaPero en aquellos últimos días de abril del 68, en París -los estudiantes ya se apoderaban de los adoquines con los que poco después cimentarían la revolución-, plantada fieramente en el escenario del teatro de la Mutualité, desempeñaba el papel que hizo suyo durante los largos años del exilio: una Antígona feroz que trataba de socavar con sus cantos, con su actitud valiente, la atroz dictadura de los coroneles que amordazaba su país.
Nací griega fue el título del libro autobiográfico que publicó por entonces, y ser griega -el régimen militar le quitó la nacionalidad y la condenó al exilio- se convirtió en su más querida profesión.
Erguida y con la cabellera ondeante, una pasionaria leonada que llevaba el Mediterráneo en la piel, cantó a Theodorakis -formaban, ella con su voz y él con su música, un dúo resistente que con el tiempo acabaría militando en bandos opuestos- y llenó de ardor y nostalgia a un público formado por franceses solidarios y por compatriotas suyos que también habían dejado el corazón en la tierra que los dioses habían abandonado a su desgracia. También había portugueses que aún sufrían al dictador Marcelo Caetano, y españoles desesperados, de franquismo. Era un tiempo en cierto modo candoroso, en que las tres heroínas de la lucha tenían los rostros de Melina, Jane Fonda -sector Vietnam- y la activista negra norteamericana Angela Davies.
"ll y avalt un fou qui nous chantait le drolt d'aimer, de vivre...". La actriz que había inmortalizado a la prostituta de los pies descalzos en Nunca en domingo alcanzaba su más sublime papel lejos del Pireo, separada de la Atenas en donde nació y creció y en la que su abuelo había sido prestigioso alcalde.
En la casa familiar, de puertas abiertas, tan mediterránea, frecuentada por políticos de todo orden y por intelectuales, aprendió a respetar las ideas y la política, y posiblemente de ahí le quedó el poso que muchos años después, cuando el golpe militar, la hizo. enlazar con las heroínas de tragedia griega, a quienes, dio nueva vida, en su ardoroso peregrinar por el mundo, en demanda de ayuda para liberar su país.
Cuando se metió a ministra -sus bisuterías cascabeleaban en la atmósfera gris del Ministerio de Cultura- abandonó toda actividad artística, pero en más de una ocasión confesó a los periodistas, con nostalgia, que soñaba que estaba interpretando pero se despertaba funcionaria. En realidad, nunca lo fue: una superviviente, sí. Estaba empezando a moldearse en mármol.
La muerte la entronza como una cariátide más de las que vigilan el Partenón. Mirando al ágora por cuya libertad se batió como una fiera.
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