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Entrevista:

"Es bueno para el comercio que el GATT incluya la ecología"

El actual Gobierno conservador francés ha encargado a Lalonde que estudiara las repercusiones sobre el medio ambiente del acuerdo general sobre aranceles y comercio (GATT) que se firmará a mediados de abril.Pregunta. ¿Qué conclusiones ha sacado?

Respuesta. Que son mejores las reglas de juego que la ley de la selva. Es mejor cambiar el GATT que suprimirlo. Ese acuerdo es imperfecto e incluso malo para el medio ambiente, porque no se preocupa de él. Sólo se interesa por el comercio. Pero he querido demostrar que también es bueno para el comercio que se incluya el medio ambiente en el GATT. Porque, en caso contrario, cada país tomará medidas unilaterales en perjuicio de todos.

P. ¿Tiene propuestas concretas?

R. Están contenidas en el informe que he elaborado para el Gobierno francés y que he hecho llegar a otros países. Ya el 15 de diciembre los gobiernos aceptaron abrir una discusión sobre el medio ambiente y acordaron que en los próximos dos años se llevaría a cabo un programa de trabajo, aunque sin decidir su contenido. Mi propuesta es que no se firme ningún acuerdo comercial sin un estudio de impacto ambiental. También hace falta un código del conjunto de medidas sobre el medio ambiente que afectan al comercio: tasas, etiquetaje, embalaje, información al consumidor, etcétera. Porque cada vez más cada país toma medidas medioambientales que son medidas económicas y hay que ponerse de acuerdo en el seno del GATT sobre qué es y qué no es un producto ecológico.

P. ¿Pueden aplicar los países del Tercer Mundo las exigencias ambientales occidentales?

R. Tenemos muchos modelos: el europeo es el mejor. En la Comunidad se mezcla economía y medio ambiente. Hay una política medioambiental común. Y tenemos el GATT, en el que no hay referencia alguna al medio ambiente. Y hay una cosa intermedia, el tratado entre Canadá, México y Estados Unidos, que es muy interesante. El acuerdo comercial fue renegociado por exigencia de Clinton con la obligación de que hubiera un tratado sobre los aspectos sociales y otro sobre el medio ambiente. Y éste dice que no se obliga a tener normas comunes, pero sí a respetar las propias leyes de cada país. Esto es muy inteligente.

P. Usted ha sido el primer ecologista en ser ministro de un Gobierno nacional. ¿Se sintió comprendido por sus compañeros de gabinete?

R. Hizo falta batirse. Había incomprensión, sí. Porque la mayor parte de mis colegas ministros aceptaban lo que sus servicios les proponían y pensaban que lo que debían hacer era siempre más y más en su ámbito de competencias. El de Transportes hablaba de más barcos, aviones, camiones y coches. No se planteaba si era mejor un medio de transporte que otro. El de Agricultura, lo mismo. Ante esta lógica, no había nadie que intentara hacer una regulación salvo que fuera monetaria. Y el ministro de Medio Ambiente se convertía así en el regulador tecnológico, el que decía: 'Atención, que el impacto sobre la población de esa técnica o esa decisión será ésta y ésta. A menudo yo le tenía que decir al primer ministro: 'Atención, señor primer ministro, que aquí le dicen que hay que poner el TGV entre Rennes y Nantes, por ejemplo, pero esto cuesta 200.000 millones para ganar 5 minutos. ¿Está usted de acuerdo? Y entonces el primer ministro se dirigía al de Transportes para preguntarle: '¿Es verdad eso? A mí no me habían dicho nada.' Hay mucho que contar. Fue una experiencia muy interesante. Descubrí que en el Gobierno francés no habla nadie que escogiera la técnica o el aprovechamiento. Siempre se trataba de más y más de todo.

P. En las elecciones de 1993 los verdes franceses fracasaron...

R. Un fracaso relativo.

P. Pero tenían mejores espectativas. ¿Qué pasó?

R. Pues que no teníamos un Gobierno que proponer. Los franceses votaron a favor o en contra de un Gobierno y el objetivo de la mayoría era echar a los socialistas. Los ecologistas ya vendrán después, se dijeron muchos, creo yo. No era creíble que tal ecologista fuera a ser ministro de Economía, o aquel otro, de Defensa.

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