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CINE 44ª BERLINALE

El polaco Krysztof Kieslowski vuelve a sorprender y convencer con 'Blanco'

Tom Hanks logra una gran actuación en la irregular 'Philadelphia', de Demme

ENVIADO ESPECIALAyer, tras seis días de cine de escaso interés, salvo el que aportó Fresa y chocolate, la Berlinale cruzó su ecuador con una segunda película importante: la producción francesa Blanco, segunda entrega de la serie Tres colores ideada por el cineasta polaco Krysztof Kieslowski, que una vez más sorprendió y finalmente convenció. Completó el día otra obra preferida de renombre, Philadelphia, película irregular, dirigida por Jonathan Demme, en la que Tom Hanks demuestra con creces que puede ganar el Oscar.

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Mientras Azul triunfó en septiembre en Venecia y la inédita Rojo espera su turno en el próximo Festival de Cannes, la película intermedia, Blanco, de esta trilogía de Kieslowskí puede llevarse el gato al agua en Berlín el próximo día 21. Aspirante indiscutible a ello, junto con Fresa y chocolate, lo es.El camino está abierto tras las varias ovaciones que Blanco arrancó tras la conferencia de prensa de Kieslowski en olor de estrella y, sobre todo, tras la relativa decepción que trajo su en teoría competidora, la -sin duda sobrevalorada por los críticos norteamericanos- Philadelphia, dirigida por un Demme siempre solvente e inteligente, pero esta vez apoyado en un guión algo esquemático, muy timorato, con algunas caídas de tensión y con una resolución bastante blanda.

Escamoteado las aristas

Cuesta en efecto creer que la representación del infierno del sida entre en las suaves curvas de un melodramita llorón, a no ser que Demme, los guionistas y, sobre todo, los productores del filme, asustados por el horror de la verdad del asunto, hayan escamoteado las aristas más negras de la tragedia, por lo que éstas podían tener de disuasorias frente a las taquillas de los cines.Lo mejor de Philadelphia -junto a algunas memorables réplicas y contrarréplicas en triángulo, durante el espinoso proceso que representa, en el que un abogado denuncia a los jefes de su empresa por haberlo despedido al saber que padecía sida- es la composición de Tom Hanks, que representa con notable credibilidad el proceso de deterioro físico de su personaje, paralelo a un movimiento de signo inverso de elevación de su lucidez emocional e intelectual. Un delicado y elegante trabajo, que redime en parte la blandenguería y los paños calientes con que la película indaga en la turbia moral ambiental que oculta las negruras de esta peste contemporánea.

Todo lo contrario es Blanco: no hace concesiones y saca tensión y diversión de la radicalidad de una metáfora sobre el concepto revolucionario de igualdad, visto desde dos lentes, o abismos, deformantes: uno jurídico, la secreta vigencia de la vieja Ley del Talión, el "ojo por ojo y diente por diente"; y otro político, consistente en situar el juego de este remoto y bárbaro axioma moral, como radiografía de la violenta mutación experimentada por la sociedad civil polaca desde el salvajismo estaliniano al capitalismo salvaje que lo sustituye y ahora hereda en todos los sentidos, comenzando por su condición de barbarie organizada. Es la de Kieslowski la más penetrante mirada que se ha hecho sobre la convulsión histórica de la Europa del Este hoy, ahora mismo.

La extraña peripecia, desaforadamente romántica, de un enamorado loco que cumple su amor y su despecho enloqueciendo a su amada, en un ejercicio delirante de ese aludido trueque moral y jurídico del "ojo por ojo", está desplegada -en las antípodas de Azul, donde todo es una concentración rectilínea y matemática- a través de imprevisibles y originales giros del argumento, que descolocan al espectador y no le permiten, desde una escena, prever por dónde va a ir la siguiente. De nuevo Kieslowski hace uso de la fuerza de su incredulidad, para con su asombro asombrarnos del infierno transparente que es nuestro alrededor más inmediato; la lejanía que hay en lo más cercano a nosotros y el enfermizo absurdo que existe dentro de los comportamientos aparentemente normales.

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