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Zapatista a la fuerza

José Hernández, un niño de 11 años, fue movilizado por los sublevados en el Estado mexicano de Chiapas

José Hernández, un niño chiapaneco de 11 años, es el protagonista de una historia que estremece estos días a los mexicanos. Reclutado a la fuerza por la guerrilla zapatista la noche de fin de año, Hernández, puro indio tojobal, recibió un uniforme de campaña, un fusil y la orden de disparar contra el Ejército. El mismo día 1 de enero era capturado en una carretera próxima a Ocosingo y acusado de haber dado muerte a dos soldados. Hoy, afortunadamente, está ya en libertad y sin cargos.Ni José es el primer beneficiado de la amnistía que el presidente Carlos Salinas ha concedido a los guerrilleros zapatistas ni es un asesino como trató de presentarlo el Ejército mexicano tras su captura. Sólo su edad delata que este niño tojobal, uno de los muchos de esta miserable zona del sur de México que sufren la desnutrición en sus cuerpos, es incapaz de levantar por si solo un fusil de asalto y disparar sin que el retroceso le tire simultáneamente al suelo.

Inducido por unos y acusado por otros, José se vio entre dos fuegos, pero es también víctima inocente no de un conflicto con el que seguramente su familia tendría conciencia partidista sino de la violencia, que suele ser indiscriminada. Este es uno de los casos llamativos, porque José, tras ser capturado por el Ejército, fue atado de pies y manos, amontonado como carga en la caja un camión militar junto a otros prisioneros, recluido en calabozos de San Cristóbal de la Casas y Tuxtla Gutiérrez, y enviado como prisionero de guerra a Ciudad de México, donde por su edad fue acogido en un centro tutelar de menores.

Uniforme azul

En la capital mexicana José, que en marzo cumplirá los 12 años, recibió el segundo uniforme de su vida. No era caqui y gris como el que el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) le obligó a ponerse en Chiapas, sino azul, como el de los reclusos que no tienen aún la mayoría de edad y pagan sus delitos en los correccionales mexicanos.Con un conocimiento muy precario del español, lo que obligó a sus asistentes sociales a emplear gráficos y dibujos para conocer su versión de los hechos, José pudo milagrosamente demostrar su inocencia y obtener la libertad del tribunal de la capital mexicana que examinó su caso. "Dieciocho días después de su captura el Gobierno dijo que todo había sido un error, los cargos en su contra fueron retirados y regresó a las tierras verdes de Chiapas", cuenta Sallie Hughes, una periodista de El Financiero.

José es uno de los miles de niños que son víctimas de la violencia en Chiapas. En este caso ha sido la guerra, pero en los tiempos de paz decenas de otros niños son expulsados casi a diario de las comunidades indígenas por corruptos caciques de sus mismas etnias, unas veces víctimas de la discriminación religiosa que padece la zona, la región de México con mayor número de iglesias y sectas, y otras por la envidia y el odio que se acumulan en las comunidades. Entre José y estos otros niños no hay apenas diferencias porque si comparten algo es el mismo sufrimiento.

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