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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La guerra del fin del mundo

MÉXICO ES un país de sorpresas: en 1968, cuando existía cierta inquietud por la repercusión en el mundo estudiantil de la rebeldía parisiense, lo que se produjo fue la horrible matanza en la plaza de las Tres Culturas. Ahora, el interés en tomo a México se centraba en las próximas elecciones presidenciales y en la entrada en funcionamiento del mercado único norteamericano tras la firma del Tratado de Libre Comercio por parte de Estados Unidos, Canadá y México. Y de pronto llega la noticia de que en el Estado de Chiapas, uno de los más pobres y desamparados, cercano a la frontera con Guatemala, grupos de campesinos han tomado las armas y ocupado varias poblaciones. Se presentan como Ejército Zapatista de Liberación Nacional y proclaman un conjunto de reivindicaciones en las que, junto a la demanda máxima de derrocamiento del Gobierno, se pide una reforma agraria y la mejora inmediata de las condiciones de vida de la población.En los medios gubernamentales domina la sorpresa y el desconcierto. No contaban con que el nacimiento del Tratado de Libre Comercio fuese recibido con un levantamiento armado de la más pura épica revolucionaria. Pero es muy significativo que las primeras declaraciones oficiales reconozcan que la población rural de Chiapas vive en una miseria insoportable, abandonada por el Gobierno. Dan así la razón a las denuncias que plantean. Los grupos armados zapatistas han ocupado vanos pequeños centros urbanos y, durante un día, la ciudad de San Cristóbal de las Casas, hoy otra vez en manos del Ejército.

México tiene una larga tradición de movimientos armados campesinos, con líderes como Zapata y Pancho Villa, y en esas luchas está el origen, y en gran parte la ideología, del México moderno. ¿Por qué resurgen ahora el nombre y la bandera de Emiliano Zapata? Sin duda, hay un deseo de los líderes (que por ahora no se han dado a conocer) de utilizar para su protesta ese nombre tan prestigioso de la revolución mexicana. Pero confiere al movimiento una aureola de fanatismo irreal que recuerda la "guerra del fin del mundo" descrita por Vargas Llosa en su famosa novela.

El proyecto de avanzar hasta la capital (como hizo Zapata en el segundo decenio del siglo) es suicida. La aventura ha causado ya más de cien muertes, según las declaraciones del obispo de Tuxtla Gutiérrez. Las consecuencias pueden ser aún más trágicas si el levantamiento campesino se extiende a otras regiones que comparten la miseria y la de sesperación de Chiapas. El Gobierno, por su parte, está concentrando fuerzas militares muy numero sas en la zona, y cabe temer que la represión tenga resultados terribles. En cualquier caso, hay varias preguntas obvias que aún no han recibido respuesta: ¿puede surgir sólo de la miseria un grupo de cientos o quizá miles de guerrilleros uniformados y armados con fusiles? ¿Quién ha armado a los insurgentes una vez pasada la etapa en que cualquier movimiento guerrillero podía apelar a la ayuda cubana o, más lejos, soviética?

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Sea cual sea la respuesta a estos interrogantes, la oferta de la Iglesia católica de mediar entre el Gobierno y los sublevados para estudiar medidas que tengan en cuenta algunas de las demandas de los campesinos merece consideración. Es el mejor camino para que esta rebelión rural, cuya amplitud todavía no es posible evaluar, no suponga una interrupción de los progresos de México hacia un régimen más pluralista y una sociedad menos injusta. En la presidencia de Carlos, Salinas de Gortari, ahora en su fase final, se han dado avances en lo económico y lo político. Pero el estallido de Chiapas coloca en primer plano la urgencia de una política que tenga en cuenta situaciones de miseria insostenibles.

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