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La competencia entre investigadores desata la guerra de las patentes genéticas

El Consejo de Europa, contra el registro de genes sin fin terapéutico

Milagros Pérez Oliva

Los investigadores toman posiciones. Es la guerra de las patentes genéticas. Los Institutos Nacionales de Salud de EE UU presentaron en 1991 la primera demanda de patente para 315 secuencias de ADN, la supermolécula que contiene toda la información genética de la persona. Varias instituciones científicas, entre ellas el británico Medical Research Council, se apresuraron a hacer lo propio y hasta ahora ya han sido presentadas 2.400 demandas de patente para otros tantos fragmentos de ADN, con los correspondientes genes, de los que ni siquiera se conoce su función.Ni la Oficina de Patentes de Estados Unidos ni la de Múnich en Europa se han pronunciado todavía sobre estas peticiones, que centraron uno de los debates del II Simposio sobre Bioética organizado por el Consejo de Europa en Estrasburgo la pasada semana, dedicado a los problemas éticos de la investigación genética.

El objetivo del encuentro, organizado por la Comisión de Bioética que preside el español Octavi Quintana, era definir hasta dónde es lícito llegar y proponer mecanismos de control que, sin paralizar la investigación científica, garanticen la protección de la identidad genética de la persona. ¿Es patentable el patrimonio genético de la humanidad? ¿Puede alguien apropiarse del gen que codifica la producción de insulina, por ejemplo? Es evidente que, si fuera patentable, el laboratorio que obtuviera la propiedad sobre este gen habría hecho el negocio del siglo, porque tendría en sus manos la curación de la diabetes.

Patología social

No cabe duda de que ese día llegará. Los grupos de investigación lo saben y toman posiciones pidiendo la patente de bloques enteros de ADN, "sin poder indicar una utilización específica y sin saber siquiera qué funciones cumplen sus genes", según Christian Gugerell, director de la Oficina Europea de Patentes. El interés es evidente: piden la patente por si acaso entre esos genes está el de la insulina o el del cáncer de mama. Los cerca de doscientos científicos, médicos, juristas y filósofos reunidos en Estrasburgo llegaron a un punto de consenso: sólo serán patentables aquellos genes aislados que se presenten acompañados de una técnica específica para obtener un producto terapéutico. Los intereses económicos a proteger mediante una patente serán legítimos siempre que la patente no comporte la apropiación privada del conocimiento científico.

El meollo de la cuestión no es, sin embargo, cómo deben patentarse los genes, sino para qué van a ser utilizados. "Muchas enfermedades, como la hemofilia, la talasemia o la enfermedad de Huntington, son debidas a defectos del código genético. Y otras, como la demencia de Alzeimer o determinados tumores malignos, tienen también una base genética. Conseguir un medicamento en estos casos es una finalidad plenamente loable", dijo Sophie Jacquot-David, del Ministerio de Sanidad de Francia. "Pero algunos investigadores tratan de identificar las bases genéticas de comportamientos humanos como la violencia, el alcoholismo o determinadas conductas sexuales aproximándose a una peligrosa definición de patología social. Y eso abre la puerta a usos totalmente inaceptables", advirtió.

Franz Furger, de la Universidad de Münster (Alemania), resumió las conclusiones del simposio: "Toda medida genética debe quedar restringida al combate contra la enfermedad, excluyendo patologías sociales o de comportamiento. Debe ser voluntaria y fruto de una decisión libre e informada. Debemos buscar un equilibrio entre la autonomía de la persona y la necesidad de una reglamentación que regule la aplicación de la genética".

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