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Tribuna
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Ampliar horizontes

La construcción europea ofrece una perspectiva inmejorable para el debate entre socialistas, no sólo por responder al viejo ideal internacionalista, sino sobre todo porque parte de un compromiso formal de nuestra sociedad a cuyo cumplimiento debe encaminarse nuestra acción.La creación, por fin, del Partido de los Socialistas Europeos (PSE) y el reconocimiento del papel de los partidos políticos como elementos formadores de opinión democrática en el Tratado de Maastricht añaden urgencia a esta puesta al día.

Conviene precisar el marco porque un debate político no es únicamente un debate de ideas. Un partido no es ni una academia ni un ateneo. De lo que se trata es de idear propuestas de evolución social, gestionarlas y dar respuestas a los problemas que van surgiendo.

Tampoco el criterio máximo es el sosiego, porque no se trata de una tertulia de rebotica. Si es legítima la pasión en los debates futbolísticos o taurinos, también lo es en el campo político, siempre que se contenga en el marco de los buenos modales (ésta es, quizá, la mayor lección de un pueblo bravo y violento en otros tiempos como el británico). El debate político permite, en efecto, sublimar la violencia que, desbordada, produce el enfrentamiento civil o la tiranía. Además, tiene que ser sugestivo y atractivo; por eso los debates codificados a base de sobreentendidos o de querellas familiares pueden acabar generando situaciones de ridículo o aburrimiento, ambos factores mortales. Sería conveniente que hubiera una mayor frecuencia en la elaboración y la catarsis colectiva -tres años es demasiado tiempo entre congresos-, y no perpetuar la costumbre de cargar siempre la iniciativa y la responsabilidad sobre los hombros de una persona, por excepcional que sea su liderazgo. Cierto es que está culminando el proceso de transformación de un partido que en 1977 era un comando disciplinado y hoy es una organización profundamente arraigada en una sociedad plural, organizada sobre la participación de diversos pueblos, con la ventaja-inconveniente de su mayor fuerza vertebradora. Parece razonable que este cambio se refleje en la dirección; no lo es tanto el mantener durante tanto tiempo una situación de interinidad, con consecuencias negativas sobre la propia actuación.

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En la época de vertiginosos e inesperados cambios que estamos viviendo, es oportuno reconsiderar y actualizar los valores fundamentales que inspiran nuestro compromiso, reafirmando el carácter axial de la democracia, la libertad, la justicia social y la solidaridad, fundamentando la propia acción en la igualdad original de la persona, en la necesidad de cubrir sus necesidades fundamentales, en la educación y la salud para todos. Éstas son señas de identidad que honran, y que deben ser reafirmadas en un momento en el que el radicalismo ideológico neoliberal argumenta que el socialismo democrático está pasado de moda, en que lo público es sistemáticamente denigrado y el dinero y el interés personal se convierten en valores supremos.

Pero no se trata sólo de un trabajo de lo que se llamaba otrora rearme ideológico; conviene no olvidar que estamos viviendo una época de globalización económica, informativa, ,etcétera, en la que se están produciendo rapidísimas transformaciones a escala mundial.De hecho, se trata de un profundo y continuado proceso de revolución económica pacífica -la creación de un mercado interior, de un espacio económico común- que se está produciendo no sólo ante nuestros ojos, sino con nuestra participación. Pero no es un proceso que se pueda dejar sólo en poder de la mano invisible para generar automáticamente el interés general. Por ello, colocar como eje fundamental de nuestra acción la conservación de una Unión Europea pacífica y democrática, aportando a la misma lo mejor de cada uno, es un objetivo noble y movilizador: proyecto constituyente al que debemos invitar al máximo de fuerzas políticas y sociales, porque no se trata tanto de prometer el paraíso a los desheredados como de movilizar las energías de sociedades satisfechas. Esta tarea cubrirá el horizonte previsible hasta finales de siglo. Si lo conseguimos, será la Unión Europea, como un destino común político, económico y monetario, con paz y prosperidad (para saber lo que eso representa conviene mirar hacia el Este del continente) y con una presencia real en los asuntos del mundo.

Pero éste es un proceso que no tiene sólo una dimensión doméstica, de puertas para adentro. Se plantea en un contexto mundial cada vez más competitivo, y en unas sociedades que están madurando, por no decir envejeciendo. Sin duda, el Estado de bienestar es uno de los logros mayores de la historia de la humanidad, pero tiene que ser compatible con la capacidad productiva de la sociedad, y hoy es víctima de su propio éxito. La ideología neoliberal preconiza su desmantelamiento puro y simple, lo que sería una vuelta al pasado: lo necesario es adaptarlo para que sobreviva.

Ninguna organización económica y social resiste al anquilosamiento, y si queremos vivir mejor, es necesario ser más competitivos y eficaces. Lo son más los países del norte de la Comunidad, con su Estado de bienestar más consolidado, y aun ellos mismos se plantean el reconsiderar efectos no deseados.

La cuestión central es cómo conseguir crear empleo. Para ello, el crecimiento económicoes una condición necesaria, pero no suficiente, en un mundo en el que el progreso tecnológico, unido a la aparición de nuevos países industrializados, acelera el proceso de destrucción creadora de empleo en un sistema que tiene cada vez mayor productividad y en el que incluso la automatización no es un sueño utópico. Ello exige con carácter central las políticas educativas, de formación y reconversión profesional per manente con un crédito a lo lar go de la vida.

El papel de los interlocutores sociales, con la inclusión de los temas de formación, aprendizaje y reciclaje en la negociación y su participación en la política activa de los organismos encargados del empleo, es componente esencial de este proceso de adaptación. En un mundo en el que se están produciendo tan gigantescas transformaciones económicas y están cayendo las torres de multinacionales que parecían inexpugnables, y en el que cada vez quedan menos refugios seguros, no se puede pretender mantener la defensa de un orden inmutable como si se tratara de los gremios medievales. El desafío está en saber dar nuevas respuestas a los nuevos tiempos, sabiendo que los factores culturales y las tradiciones influyen limitando la presión del mercado a lo socialmente tolerable.

Estas breves consideraciones sobre el marco europeo y los principales problemas a los que hay que dar respuesta no agotan la reflexión. Sí pueden ayudar a centrarla. En todo caso, es absolutamente necesaria en un país que ha pasado en una generación de ser una sociedad de campesinos y emigrantes, cerrada y dictatorial, a ser un país urbano, industrial y de un cierto hedonismo satisfecho, que se refleja principalmente a su maltusianismo demográfico. Nunca hemos tenido tantas posibilidades de orientar libremente nuestro porvenir. Conviene que debatamos sobre ello, tratando de evitar que se cumpla la profecía de Lampedusa: "Conviene que todo cambie, para que todo siga igual".

Enrique Barón Crespo es presidente de la Comisión de Asuntos Exteriores y de Seguridad del Parlamento Europeo.

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