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El Parlamento Europeo estrena su nueva sede con protestas por la agresión al patrimonio

Bruselas ha perdido 500 edificios de valor arquitectónico en los últimos 15 años

Lluís Bassets

El Parlamento Europeo (PE) cuenta desde ayer con un nuevo hemiciclo para realizar sesiones plenarias. Es el tercero, después del que utiliza en Estrasburgo y del inutilizado de Luxemburgo. este edificio, sólo parcialmente terminado, suscita una ácida controversia entre los defensores de la conservación del patrimonio y los militantes de la capitalidad europea de la ciudad. Los primeros consideran que el Capricho de los Dioses -tal es el sobrenombre del edificio- es la culminación de una tarea sistemática de destrucción del patrimonio bruselense.

Desde 1979, cuando se realizó el último catálogo, Bruselas ha perdido 500 edificios de valor artístico, modernistas en su mayor parte, según aseguró a este periódico Linda van Santvoort, del Sint Lucas Archief, y una buena parte se hallaba en el barrio del Parlamento Europeo. Los segundos piensan que este edificio es el paso obligado para llevar definitivamente el Parlamento a la capital belga y culminar así la apuesta europeísta de los belgas.El Capricho de los Dioses debe su nombre a la forma del edificio, pues en una visión cenital es similar al queso del mismo nombre. El proyecto ha sido elaborado por ocho grandes estudios de arquitectura. El edificio, inaugurado ayer con una sesión del pleno parlamentario, representa sólo 57.000 metros cuadrados de los 370.000 que tendrá el complejo de edificios cuando se halle terminado.

La inversión total es de 1.000 millones de ecus (150.000 millones de pesetas) y ha corrido a cargo de un consorcio privado en el que se hallan la caja de ahorros de los sindicatos socialcristianos y la Société Générale de Belgique, el principal holding empresarial belga. La historia de la promoción urbanística ha estado moteada por incidentes como la concesión de un permiso de construcción por el propio solicitante (un secretario de Estado de la región de Bruselas) y una orden judicial de paralización de la obras, revocada después por los tribunales.

El PE está ligado al proyecto por un contrato de alquiler con opción de compra que implicará un alquiler de 100 millones de ecus (15.000 millones de pesetas) durante 20 años en el momento de la entrega del complejo de edificios. La firma del contrato de alquiler-compra fue uno de los últimos actos que realizó Enrique Barón como presidente del PE, el 8 de enero, pocas horas antes de su sustitución por el alemán Egon Kleptsch.

"Me correspondía firmar y yo estaba de acuerdo con hacerlo", explicó ayer en conversación telefónica. El europarlamentario socialista asegura que se "ató bien los machos" para que la decisión se tomara con todas las cautelas. Barón no tiene tampoco inconveniente en admitir que su sucesor, el demócrata cristiano Kleptsch, podía congelar el proyecto para favorecer a Estrasburgo. El ex presidente defendió con vigor la gestión de esta inversión inmobiliaria, cuya primera decisión fue tomada por su predecesor, el conservador británico lord Plumb. Barón explica en tres puntos su gestión. Primero consiguió un acuerdo de compromiso en la Mesa del Parlamento, mediante la preservación de las tres sedes (Estrasburgo para los plenos, Bruselas para las comisiones y Luxemburgo para la secretaría y los servicios). En segundo lugar, obtuvo la revisión del contrato de alquiler inicial, que se transformó en opción de compra durante 20 años. En tercer lugar, firmó el contrato después de que un grupo de trabajo parlamentario llamado Pim (por política inmobiliaria) obtuviera una rebaja de unos 3.000 millones de ecus (450.000 millones de pesetas) en el contrato. "Todo fue auditado debidamente y paso a paso", indica.

El barrio donde se asienta el nuevo edificio del Parlamento Europeo, a un tiro de piedra de los panteones burocráticos que albergan las otras instituciones europeas, estaba compuesto por edificios decimonónicos "de todos los estilos, el clásico, el renacimiento, el gótico y la mezcla ecléctica de todos ellos", según explicó el cineasta bruselense André Dartevelle en la presentación de su filme Bruselas réquiem.

Ahora apenas quedan unos pocos vestigios en este viejo y delicioso quartier. Uno de ellos es, precisamente, el palacio de la vieja Embajada de España, actualmente en restauración. La metamorfosis monstruosa del barrio, herido por dos túneles de circulación rápida, se ha producido entre 1960 y 1990, prácticamente en los años de consolidación de Bruselas como capital comunitaria.

Dartevelle asegura que "la clase dirigente del joven Estado belga independiente erigió [el barrio] como una obra cívica y modelo a la gloria del progreso, de la monarquía y de la unidad nacional", mientras que ahora "la elección funesta de una zona construida a finales del XIX para desarrollar las instituciones europeas ha animado la colonización del barrio Leopold por los negocios y los despachos hasta convertirlo en un business distric integral". Linda van Santvoort precisó que no se puede atribuir la destrucción del patrimonio arquitectónico bruselense a la CE, sino a los propios belgas, y principalmente a quienes hicieron la Expo de 1958.

En favor del edificio del Parlamento Europeo en Bruselas ha jugado una gran parte de los eurodiputados, que desean el traslado de todos los servicios a una sede única y consideran Bruselas como el lugar adecuado, pues se halla junto al Consejo de Ministros y la Comisión Europea, las instituciones que deben controlar los europarlamentarios. Juegan también los políticos belgas más proeuropeos, que desean consolidar la capitalidad de Bruselas.

En contra está, ante todo, Francia, que quiere preservar la sede de Estrasburgo y evitar que el paso de los años suponga el traslado lento pero imparable hacia Bruselas. Alemania juega también como aliada de los intereses franceses, en la medida en que la capital alsaciana, donde se habla un dialecto alemán, es un símbolo del eje París-Bonn. Juegan también en contra los políticos belgas más empecinados contra la capitalidad europea, parte de los cuales considera que significa la pérdida de la identidad flamenca de la ciudad y de su carácter de capital de Flandes. Entre ellos se hallan los grupos nacionalistas e independentistas, como el VIaams Blok, de extrema derecha.

Los grupos ecologistas y de defensa del patrimonio, así como las asociaciones de veci-nos bruselenses, son aliados del lobby antibruselense, pero en su caso cuentan con el peso de las evidencias: los edificios comunitarios suelen ser de una fealdad considerable -aunque no es del todo el caso del Capricho de los Dioses-, y esta operación inmobiliaria supone la culminación de una destrucción urbanística que pone los pelos de punta a todos los belgas y a los propios europarlamentarios, que reconocen la escasa fortuna de la estética arquitectónica comunitaria.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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