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Tocarse con arte

En Norteamérica, la danza y la música populares son dos expresiones de una misma idea. Michael Jackson, sobre la escena, es un curioso producto antropológico, resumen seductor de una larga historia de deslizamientos, contoneos de cintura, toques de tacón y piruetas. Su baile contiene desde el éxtasis mesiánico del Hallelujah dance al frenesí del cakewalk, y recoge la animals dance y el acento tap.Allá por 1914 una verdadera locura pobló los salones de San Francisco a Nueva York: la pavana de la pava, el salto del canguro, la marcha de los osos. Aquello creó un repertorio de gestos que todavía hoy viven en el break dance y en el rap, encontrando su expresión virtuosa y compendio natural en Jackson, con su sentido del ritmo y de la progresión escénica. Él mismo sumó al brebaje de pasos y poses el hop, el hip-hop y el rock and roll (en principio, como baile, sólo una versión para adolescentes blancos del poderoso rhythm and blues): un cóctel explosivo para los músculos, y en sus desplazamientos felinos hay bastante del monkey y del watusi, estilos de los sesenta injustamente olvidados y hasta desconocidos por los virtuosos callejeros o discotequeros de hoy, que repiten miméticamente la suma de códigos.Jackson baila todo el tiempo en escena. En su concierto, la proporción de danza es altísima ' y algunos números están pensados para mover ese esqueleto magro y rumbero. La mímica es su fuerte, con la solera de la black belt entre chuleta y descarada que, paradójicamente, los blancos imitan a millones. La frotación compulsiva de un complicado braguero con remaches y las vueltas (aquí la herencia claqué de los Nicholas Brothers) son el motivo central de la danza. El gesto del onanista saltimbanqui se ha convertido en sello y señuelo del ritual (no se sabe' muy bien si va en busca de la ladilla perdida o intenta despertar al pajarito que puritanamente ni se intuye). Sus vídeos son verdaderas piezas de vídeo-danza donde la tecnología se da la mano con la coreografía, muy estudiada y hasta brillante. Desde Fred Astaire, nadie había marcado el baile musical como este muchacho con brazos que a veces ondean como los de un cisne, tan bien, que ni falta hace que cante.

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