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Algunas repúblicas ex soviéticas vuelven al redil ruso

Las dificultades económicas y políticas fuerzan a los antiguos territorios de la URSS a mirar de nuevo hacia Moscú

Pilar Bonet

El acercamiento económico, político y militar a Rusia se está imponiendo como una necesidad en algunos de los Estados ex soviéticos, que han experimentado las dificultades de dar la espalda a Moscú en el plazo de algo más de año y medio de viaje por los confusos caminos del postcomunismo. [El Parlamento de Azerbaiyán votó anoche a favor del ingreso de ese Estado transcaucásico en la postsoviética Comunidad de Estados Independientes (CEI), informa Efe].En los campos de patatas de Briansk (en el Occidente de Rusia), destripan terrones centenares de ucranios sin trabajo en su propio país. En los alrededores de la estación de Kiev, en Moscú, los ciudadanos ucranios tratan de ganarse unos rublos vendiendo cacharros o verduras. En Bakú, la capital de Azerbaiyán, Nelia, una mujer independiente y sensible a las actitudes patriarcales de la tradición islámica, sueña con emigrar a San Petersburgo, que a sus ojos aparece como un paraíso occidental.

Todos estos casos tienen algo en común: son expresiones individuales o colectivas de la reintegración a Rusia, el fenómeno más actual en las relaciones entre Moscú y las ex repúblicas periféricas de la URSS.

Las tendencias a la reintegración pueden tener un efecto positivo para la preservación de la unidad de Rusia, ya que actúan como una fuerza de contención de las corrientes centrífugas que han tentado a los territorios rusos, según comentaba a este periódico el politólogo Andranik Migranián, miembro del Consejo Presidencial de Borís Yeltsin.

Con excepción tal vez de los Estados bálticos y la república asiática de Turkmenistán, que son casos aparte, el espacio ex-soviético vive hoy procesos de reintegración varios y motivados por diversos factores. Hay reintegraciones posibles, que parten de consideraciones pragmáticas, y utópicas, que nacen de la idealización del imperio soviético. Entre estas últimas está la que encabeza el Congreso de los Pueblos de la URSS que se reúne esta semana en Moscú.

Los tonos nostálgicos se advierten también en las propuestas realizadas por el presidente del Parlamento ruso, Ruslán Jasbulátov, o el vicepresidente, Alexandr Rutskói. Jasbulátov sueña con transformar la Asamblea Interparlamentaria de la CEI en una especie de parlamento supraestatal, inspirado en el Parlamento Europeo, que además tendría funciones de coordinación delegadas por los países miembros. Rutskói se pronunció el sábado por el restablecimiento de la URSS y el esquema soviético de poder, es decir el poder para los sóviets.

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En el capítulo del pragmatismo está el acuerdo alcanzado por seis Estados de la CEI (Rusia, Kazajstán, Uzbekistán, Tayikistán, Armenia y Bielorrusia) para conservar la zona del rublo. En la próxima cumbre de países de la CEI, prevista para el 24 de septiembre en Moscú, se espera la firma del tratado de unión económica entre estos países y Azerbaiyán solicitará oficialmente su ingreso.

Rusia impondrá condiciones a sus socios. El Ministerio de Finanzas, que dirige Borís Fiódorov, no quiere seguir subvencionando a los vecinos al coste de un 25% de su propia inflación anual.

Pese a la oposición de los nacionalistas proturcos, Azerbaiyán comenzó a plantearse el ingreso en la CEI tras la llegada de Heydar Alíev, el ex miembro del Politburó del Partido Comunista de la URSS (PCUS) al poder en Bakú.

Uno de los argumentos más persuasivos para la reintegración postsoviética son los suministros energéticos y de materias primas rusos, que han endeudado a los vecinos de Rusia, y han evidenciado la crisis interna de Ucrania, dividida entre la rusofobia de sus círculos nacionalistas y las realidades económicas.

Bielorrusia aceptó mejor que Ucrania la dependencia energética de Rusia. La empresa bielorrusa de gas, Beltransgas, se ha convertido en una filial de la empresa rusa Gasprom, que produce y comercializa el gas ruso. Rusia ha reforzado así su posición frente a posibles tentaciones ucranias de utilizar la red de gaseoductos que cruza su territorio como instrumento de presión.

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Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

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