El corazón de Europa
LA RECIENTE entrevista entre los primeros ministros de Francia y Alemania no es una más: esta vez las cosas van mal; hay contradicciones entre los intereses inmediatos de ambos países, y la situación interna de uno y otro favorece el repliegue nacionalista.Pero esta tendencia perjudica a las dos partes y paraliza el impulso europeo del que podría surgir la superación de las dificultades internas. Kohl y Balladur lo saben, y por eso estaban obligados a intentar recomponer una relación deteriorada por la reciente crisis monetaria. Lo han conseguido a medias. París ha obtenido garantías de respetar el calendario de Maastricht y cierta solidaridad en relación al contencioso comercial con Estados Unidos. Pero la principal herida, la intransigencia del Bundesbank, que desestabilizó al franco y estuvo a punto de acabar con el Sistema Monetario Europeo, sigue abierta. Todo ha quedado aplazado hasta la cumbre extraordinaria que la Comunidad Europea (CE) celebrará en octubre.
Desde la firma en 1963 del Tratado del Elíseo, el carácter mismo de la relación entre ambos países ha cambiado. Entonces, Francia era aún el país vencedor, y Alemania, el derrotado; y nadie ponía en duda el papel de la primera como país rector de la vida europea. Ahora, Francia necesita mucho más de Alemania que ésta de aquélla; y si la construcción europea depende del binomio franco-alemán, en ese binomio Alemania es el peso fuerte. Asumir esta realidad no es algo que los franceses hagan fácilmente. Por ello, lo típico de la amistad franco-alemana es que ha sido casi siempre tan intensa como conflictiva. Pero no hay alternativa. El proyecto de unidad europea nació desde la convicción de que tejer una red de intereses compartidos entre ambas naciones era la más eficaz vacuna contra la guerra.
No se puede prescindir de la situación política en Francia para valorar los resultados de la reunión de Bonn. Balladur es, sin duda, un europeísta convencido, partidario de la cooperación con Alemania. Pero en su mayoría de gobierno el peso de los antieuropeos es considerable. Ante las dificultades de esta etapa de recesión avanza la idea de otra política, que, alejándose de una experiencia europea cargada de frustraciones, permita a Francia afirmar sus propias posiciones y proteger sus intereses. En resumen, una vuelta al nacionalismo. Pero ni el propio Chirac -jefe del partido de Balladur- toma hoy una posición neta. Tampoco la situación interna de Alemania deja a Kohl las manos completamente libres. El Tribunal Constitucional de Karlsruhe no se ha pronunciado aún sobre Maastricht, y podría darse el caso curioso de que Alemania fuese el único país europeo que no ratificase el tratado. Por otra parte, la presión derechista sobre el partido de Kohl no es despreciable cuando se acerca un año electoral.
En todo caso, en un punto la coincidencia es completa: en el terreno militar es en el que la cooperación franco-alemana marcha mejor, con proyectos como el del cuerpo de ejército conjunto de los dos países. Novedad histórica sin duda tranquilizadora.
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